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Archidona

Héctor Barbotta

Marbella

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Jueves, 4 de enero 2018, 07:31

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SIno fuésemos absolutamente insensibles ante la suerte de los más desgraciados, la muerte de un inmigrante en la cárcel de Archidona debería haber causado un escándalo de proporciones y obligado a interrumpir las vacaciones de algún miembro del gobierno para dar explicaciones. Pero no ha sido así. ¿A quién le importa, después de todo, la muerte de un pobre tipo que arriesgó la vida en busca de un porvenir digno de ese nombre?

Entre todos los desgraciados que hay en el planeta, los migrantes obligados por el hambre son los más desgraciados. Su suerte es aún peor que la de los exiliados políticos, que en mayor o en menor medida suelen encontrar la solidaridad de quienes se identifican con su causa. Quienes emigran por penuria, en cambio, sólo tienen el acompañamiento de sus compañeros de hambre. El exilio político tiene un encanto y un romanticismo literario del que el exilio por necesidad carece.

El escándalo que debería haber supuesto el envío a una prisión de personas que no habían cometido delito alguno, y que tampoco eran sospechosas de haberlo cometido, sólo podía haberlo superado la pérdida de una vida en esas circunstancias vergonzosas, pero no hubo escándalo con la primera decisión ni tampoco lo hubo con la consecuencia de aquella.

En alguna parte de la sociedad española ha florecido la absurda idea de que los inmigrantes no lo son por necesidad. Según este concepto, estas personas dejan su país y viajan miles de kilómetros para aprovecharse de nosotros, encuentran aquí más facilidades y prebendas que los nacionales y esperan agazapadas la oportunidad para dar el salto de la marginalidad a la delincuencia.

Por lo tanto, la única manera de evitar el éxodo es aumentar la altura de las alambradas, dispararles cuando se acercan nadando a la frontera y enviarlos a la cárcel cuando consiguen entrar. En caso de que alguien señale le ilegalidad de esa medida, basta con decir que la cárcel no es una cárcel porque todavía no se ha colocado en la fachada el cartel que la identifica como tal.

Con una actitud humana, compasiva, según este razonamiento, se estaría creando un efecto llamada. Desde Goebbels sabemos que las ideas simples son las que más facilmente penetran y perduran.

Juan Ignacio Zoido es un personaje que en un solo mandato como alcalde de Sevilla fue capaz reducir la representación de su partido de 20 a 11 concejales y mandarlo a la oposición. Rajoy, sin embargo, lo premió con un ministerio. Posiblemente porque nadie representa como él esa manera de pensar a la que escandaliza más una 'drag queen' que la muerte de una persona indefensa a la que el Estado tenía la obligación de proteger.

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