Los demócratas, por más que a veces se les viera el plumero, todavía estaban escondidos debajo de las piedras. La Navidad era un asunto casi ... doméstico, con luces prudentes y familias que estaban obligadas por decreto a llevarse bien. La homosexualidad era un delito o un asomo de locura. El cuñado no era un elemento tóxico. La toxicidad sólo se aplicaba a los frascos de aguarrás, no era un componente de las interpretaciones psicológicas. El divorcio era una confusión de película americana. La zambomba seguía siendo el instrumento musical de la España oficial. La mujer, ante todo, debía ser decente. Así era más o menos aquel país en el que el presidente del Gobierno subió a los cielos al salir de misa.
Se hicieron chistes sobre el asunto. El taxista que preguntaba al cliente a qué altura de Claudio Coello quería ir. A ras del suelo. Ahora los descendientes del conductor asesinado junto a Carrero se quejan de la chirigota sorda que entonces se propalaba en voz baja. Franco, con su voz meliflua y su párkinson, era la caricatura de un tirano, pero la caricatura todavía mataba. Ese sí que era tóxico. El abuelito sádico al que ETA le partió el corazón en vísperas de Navidad. Le arrancaron unas cuantas lágrimas al sátrapa que tantos ríos de lágrimas hizo correr. Cincuenta años ahora revisados. Los aficionados a las conspiraciones no se conforman con la versión oficial. Kissinger, la CIA, el ladino Torcuato Fernández Miranda, cerebro de la Transición, o incluso el príncipe Juan Carlos. Un barullo para explicar el magnicidio.
Carrero hizo honor a su cara de ogro. Y los ogros a veces tienen mecanismos poco sutiles. Franquista monocorde, empedernido amigo de la rutina, ese elemento tan favorable al terrorismo. Conspiraciones y especulaciones. Qué habría sido de España con Carrero sobreviviendo al patético caudillo. Probablemente una piedra más en el camino para la llegada de la democracia y el desarrollo de la Transición. Una piedra más pero no el bloqueo del camino. El carnicerito Arias no era un ángel de la tolerancia y el aperturismo por mucho espíritu de febrero con el que se quisiera adornar. Su apariencia de gnomo maléfico no era gratuita. En Málaga se conocieron a fondo sus crueldades. Los paredones se llenaron de sangre con su rúbrica. Estamos en vísperas de una cadena de conmemoraciones. Medio siglo de todo. Muerte de Franco, Suárez, democracia, Transición. Junto al rigor histórico lloverán series, teorías novedosas y nuevas conspiraciones. Revelación de secretos tan insospechados como banales vendidos a bombo y platillo para contarnos, entre el costumbrismo y la caricatura, aquel país de nunca jamás.
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