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Andalucía imparable. Perdonen las molestias

LA TRIBUNA ·

La ausencia de identitarismo patológico en Andalucía es la mejor contribución que esta comunidad autónoma puede hacer a este país

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Viernes, 28 de febrero 2020, 10:24

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Como todos los años y desde hace 39, en estos días las instituciones organizan actos de exaltación andaluza. Conmemoramos el día de la 'patria andaluza', reconquistada. Algunos creyeron ver en aquellas grandes movilizaciones del 4 de diciembre de 1997 la existencia de un nacionalismo andaluz que el tiempo se ha encargado de desmentir. No, no hay nacionalistas andaluces, sino solo un sentido de pertenencia cultural que, al contrario que en otras regiones españolas, no se ha terminado convirtiendo en una enfermiza reclamación identitaria. Lo que aconteció aquel 4 de febrero, como debió de ocurrir también durante la República, es que los andaluces no estaban dispuestos a ser menos en este reparto que se estaba fraguando de la geografía española en nombre de unos predemocráticos derechos históricos. Aquí el artículo 151 funcionó al revés que con la actual Cataluña.

Hoy el nacional andalucismo sobrevive solo en esos grupos de izquierda desnortados que han olvidado el carácter regresivo de los movimientos identitarios. Y es esta ausencia de nacionalistas en Andalucía un regalo del cielo. Es cierto que parece que si una comunidad autónoma española no es ni histórica ni problemática está en inferioridad competitiva. Es posible, aunque no hay ninguna razón empírica que pueda garantizar que un etno-folko-histórico-nacionalismo a la vasca, a la gallega o a la catalana hubiera mejorado la situación andaluza. No, la ausencia de identitarismo patológico en Andalucía es la mejor contribución que esta comunidad autónoma puede hacer a este país que algunos reaccionarios se empeñan en identificar como nación de naciones con derechos postcoloniales de autodeterminación. Una contribución que no hay que esperar que nadie la agradezca.

No, Andalucía no es una nación, ni siquiera a la manera como los antropólogos definieron a posteriori a las tribus indias de América del Norte. Andalucía es solo un espacio geográfico y cultural bien definido, pero sin contradicciones identitarias. Dicho esto, convendría ser cauto a la hora de las celebraciones. Andalucía viene arrastrando serias dificultades desde los finales del siglo XIX. No las solucionó la República, empeoraron con la dictadura, en la que emigraron centenares de miles de andaluces que contribuyeron con su trabajo y sufrimiento al enriquecimiento de los países europeos y también del País Vasco y Cataluña, las dos regiones españolas que más se beneficiaron del franquismo. Y no las está solucionando la democracia. Porque la cuestión ya no es si estamos mejor o no que hace 40 años. Faltaría más. La cuestión es si hemos convergido o no con el resto de las CC AA y con los países europeos. Y la respuesta no es muy satisfactoria.

No, no hemos convergido. No soy economista, ni sociólogo, solo un lector de cosas útiles e inútiles que se permite 'hablar por boca de ganso'. Y por estas fuentes sabemos que la producción industrial andaluza en la primera mitad del siglo XIX suponía cerca de la cuarta parte de la española pero que el siglo XXI no llega al 15%; que el PIB de Andalucía sigue a la cola del resto de las CC AA, como le ocurre a la tasa de paro o al índice Gini de desigualdad social. Tampoco somos, precisamente, los primeros en los indicadores del informe PISA, aunque sí en la proporción de estudiantes que abandonan los estudios.

También sabemos, y ahora ya no hablo por boca de ganso, que la contribución de Andalucía al conocimiento científico lleva estancada 40 años en un 13% del total nacional y que los marcadores de salud pública como la tasa de obesidad, diabetes o morbimortalidad por enfermedades cardiovasculares no son precisamente para sentirse orgullosos. Celebraremos el día de la patria andaluza, tiraremos cohetes y daremos discursos con hermosas palabras que se las llevará el viento, exaltando las virtudes de Andalucía. Y mientras todo esto ocurre, los andaluces podrán presumir del extraño honor de seguir viviendo en la comunidad autónoma en donde las tasas de mortalidad son las más altas de España. Un macabro honor del que nadie habla cada 28 de febrero. Y para colmo no somos nacionalistas. ¿Es que alguien nos puede pedir más?

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