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Estábamos en familia, y no era ni numerosa. La paupérrima entrada ayer en el Martín Carpena (apenas cinco mil, de los que varios centenares eran colegiales invitados por el club) para ver el Unicaja-Montakit Fuenlabrada delata la crisis que vive el baloncesto en general y en Málaga particularmente. La guerra abierta en los últimos años entre los organismos que rigen este deporte a nivel europeo y mundial (FIBA, Euroliga, Federación, ACB), el apretado calendario que ahoga a jugadores y aburre a la afición -lo que obliga a programar partidos un jueves a las siete y cuarto de la tarde-, y demás polémicas que distraen a propios y extraños están matando lo que fue una bonita ilusión; si a eso se une el mal momento por el que atraviesa el club de Los Guindos tenemos la tormenta perfecta que explica la situación actual. Personalmente me causa una profunda tristeza (ni la emoción de la prórroga de ayer compensa el mal juego). No hay que ser experto en la materia para saber que el Unicaja ha perdido gran parte de la atracción que le llevó a estar de moda en una ciudad que vibraba con un equipo que, además de ganar, divertía. Como se dice coloquialmente, había tortas por conseguir una entrada para el baloncesto, ya que aunque no se lo crean durante un tiempo hubo listas de espera para ser abonado. Pero perdido el espectáculo (este deporte rinde parte de su objetivo a la magia del balón y a su pasión por atravesar la red) y abandonado a su suerte por una aparente desidia, con resultados deportivos que dejan mucho que desear temporada tras temporada, los espectadores cambiaron el escenario de distracción donde combatir la rutina diaria y pasar un buen rato en familia. Ayer fue un ejemplo de lo que ocurre últimamente en lo que un día fue el templo de los sueños de la marea verde que deslumbraba a todo el país: durante muchos minutos, el Unicaja merodeó el ridículo porcentaje del 30% en tiros de campo y así es muy difícil cautivar. Sin ir más lejos, al descanso seis de los diez jugadores que saltaron a la cancha no acertaron más de un tiro... En un deporte en el que se trata de meter canastas, tantos fallos llevan el desasosiego a las gradas, cuando no la ira expresada en pitos y silbidos a los propios jugadores, esos que hasta no hace tanto eran ídolos... Pero con pie de barro. Hoy en día solo merece la pena pagar dinero por ver a Alberto Díaz, cuya progresión es digna de encomio. Ojalá el Unicaja contara con diez Albertos, entonces otro gallo cantaría y el amanecer sería más bonito.

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