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Creo que estoy inmerso en una pesadilla que se inicia con el dios latino Mercurio detrás de mí, portando el caduceo sin apenas ganas y acariciándome, como buen hermano, el lóbulo izquierdo. Me doy la vuelta y se asusta. Tiene muy mala cara, una faz de siglos, profundos círculos morados rodean sus famosos ojos, lleva una greña descuidada, muy despeinados los rizos de oro, oscurecidos por la mala higiene. De repente, y sin venir a cuento, me enseña sus sandalias aladas pero muy sucias. Extrae escasa fuerza de su ánimo y por fin habla. Asemeja una de esas estatuas de Cocteau declarando en Vichy. Compruebo que su antigua voz de Hermes, aflautada y gozosa, se ha transformado en una caverna ronca y oscura: «Estoy agotado», me dice; y luego me pregunta al borde del sonrojo: «¿Puedo tenderme junto a la bella Úrsula y dormir largas horas?», asiento con la cabeza, Úrsula mueve el rabo; intuye que va a dormir con un ángel de las artes y del comercio, y se emociona, pero antes de echar la cabezada, insisto: ¿Qué te ocurre, Mercurio, cuáles son los orígenes de tu cansancio, cuáles son tus pesares?; aunque semidormido sobre el pecho de Úrsula, el dios balbucea: «Yo, que siempre he sido portador de parabienes, de gratas nuevas, hoy traigo malas, muy malas, noticias, confieso que quieren matarme...», ¿cómo, quién, dónde?, grito, pero ya suspira profundamente, es decir, ronca, ronca con estilo, pero ronca.

Entonces me despierta de forma brusca el ring-ring del teléfono. Al otro lado oigo a Guillermo Busutil que me anuncia el cierre de la revista 'Mercurio', detestable clausura, reacciono espontáneamente, prevista para mayo. No doy crédito, me pongo en pie, no acierto a desahogarme. No puede ser, contesto, estás de broma, y mientras termino la frase pienso que yo también, hace unos años, fui ejecutado por los soldados de Dios, pero aquí estoy, resucitado. Cuelgo y meto la cabeza debajo de la ducha por si la pesadilla continúa. Y compruebo que, en realidad, no era una pesadilla, era una certeza entre brumas, la anunciación se produjo, metafórica, entre la verdad y la mentira, porque en el fondo todos somos una mentira que dice siempre la verdad. Espero que la sentencia no se cumpla, al contrario, espero que se aplace sine die. La revista 'Mercurio' es uno de los pulmones de la información literaria de este país, apoyada por uno de los grandes grupos editoriales de este país -Lara, el fundador, reconstruyó la lectura en una nación devastada-, y no puede permitirse una ejecución bárbara, después de veinte años. Aunque lo diga el tango, «veinte años no es nada», esta vez los funestos presagios de esos idus de 'mayo' no pueden salirse con la suya. Es mucho el trabajo realizado por Ana Gavín, Ricardo Martín, Ignacio Garmendia, Carmen Carballo y, por supuesto, Guillermo Busutil, un trabajador incansable de la palabra en libertad, de la libertad bajo palabra, citando a Octavio Paz.

Nada más, nada menos: me adhiero a los tantos artículos publicados -el sector está que trina, y con razón-, y pido que la revista con nombre de dios siga volando por el cielo de la creación literaria. Guillermo, ya sabes, me pongo a tus órdenes.

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