Aforarse
Ángel Rodríguez
Domingo, 25 de mayo 2025, 02:00
La denostada frase pronunciada en los años noventa del pasado siglo por un dirigente autonómico de un partido político entonces en el gobierno, «yo estoy ... en política para forrarme», encuentra hoy una nueva versión en la que se podría atribuir a un dirigente autonómico de otro partido actualmente en el gobierno, con la que comparte algo más que una rima en consonante: «Yo estoy en política para aforarme». Quien quiera ver en esto una evolución positiva (al fin y al cabo, no sería tan grave lo segundo como lo primero), debería reparar en que ambas conductas pueden estar muy relacionadas, o al menos esa es la idea que va calando en la opinión pública, que está cada vez más convencida de que aforarse es el primer paso para forrarse. Una creencia que alimenta la extendida fe en la antipolítica que profesan una parte de nuestros conciudadanos y que nuestros líderes no dejan de combatir, al menos de palabra, con un esfuerzo que solo en algunas ocasiones se ve coronado con el éxito.
Además, y disculpen la referencia personal, el maltrato que algunos de nuestros representantes aplican a reglas e instituciones básicas de nuestra democracia nos lo pone cada vez más difícil a los que a diario tenemos que enseñar su funcionamiento en las aulas universitarias. Si ya era complicado esquivar la mirada de desaprobación de los estudiantes más interesados (que tampoco son multitud) cuando explico en clase que las prerrogativas parlamentarias, como esta del aforamiento, deben verse como normas al servicio del buen funcionamiento de las instituciones y no como privilegios de los que ocasionalmente las transitan, ahora que nada menos que cinco de ellos han dimitido en cadena y en un tiempo récord solo para que pueda así aforarse su jefe, es de temer que de la desaprobación se pase a la sospecha de que enseño cosas cuyo funcionamiento real ignoro o, peor aún, de que, conociéndolo, no pretendo sino ocultarlo («profesor, ¿no estará usted intentado blanquear el aforamiento?»).
Pese a todo, hay que insistir en que el aforamiento es una prerrogativa constitucionalmente aceptable mientras que aforarse busca un privilegio inadmisible. Lo primero protege a una asamblea parlamentaria al ordenar que sus miembros sean juzgados por un tribunal superior; lo segundo es el intento de quien no forma parte de ella de hacerse un hueco entre sus escaños para evitar ser procesado por el juez que constitucionalmente le toca, que no es otro que el ordinario predeterminado por la ley. Las reglas del aforamiento son en este sentido como las del enroque en el ajedrez: es un movimiento prohibido cuando una pieza está en jaque. Espero que así lo establezcan pronto nuestros tribunales, interpretando las normas que lo regulan de un modo constitucionalmente adecuado y que haga imposible su uso fraudulento.
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