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28-F

La rotonda ·

Héctor Barbotta

Marbella

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Jueves, 10 de enero 2019, 00:06

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Durante las últimas cuatro décadas la misma pregunta se dejó oír al norte de Despeñaperros invariablemente una vez cada cuatro años ¿Por qué el PP no despega en Andalucía? ¿Por qué aún en aquellos años en los que se teñía completamente de azul, el mapa electoral español seguía presentando una excepción en el sur?

Se ensayaron explicaciones diversas, algunas exóticas, otras teñidas de supremacismo, muchas de dudosa convicción democrática. Casi siempre se obviaba una cuestión histórica relevante: la posición de la derecha andaluza durante el proceso político entre 1977 y 1980 que llevó a Andalucía a contar con una autonomía de primera. Tanto la UCD como la entonces Alianza Popular pusieron en aquellos años todos los obstáculos posibles y acabaron barridos por la marea ciudadana que reclamaba derechos políticos para los andaluces a la altura del que más. La mayor parte de las comunidades de España deben a aquella gigantesca movilización de los andaluces la autonomía política que disfrutan desde entonces.

El PP andaluz nunca llegó a reconocer explícitamente aquel error de bulto que lo llevó a penar electoralmente durante tanto tiempo, aunque sí lo hizo de facto asumiendo sin matices los derechos emanados entonces y reivindicándolos, inobjetablemente, como propios.

La crisis económica que sacudió al país a partir de 2008 y el deterioro del estado de bienestar trajeron el cuestionamiento a muchos de los consensos construidos durante 40 años y la aparición de nuevos partidos. Podemos fue el primero, pero no el único. La conversión al independentismo del catalanismo histórico no es más que una expresión de cómo la crisis económica se tradujo en crisis política. La irrupción de Vox, también.

Esta formación ha llegado para acabar con la parte sustancial de esos consensos. Ha empezado por aquellos -como los derechos de las mujeres, la aceptación de la diversidad sexual o la fiscalidad progresiva- en los que considera que el consenso político no está sustentado en un simétrico consenso social. El Estado de las Autonomías es otro de ellos.

Por eso, su farol del martes que incluía eliminar el 28-F como día de Andalucía iba más allá de lo simbólico . Sería imprudente tomárselo a broma. Que obligaran a negociar en Madrid el futuro político de Andalucía, desautorizando como interlocutores a sus candidatos andaluces, ha sido una declaración de principios para ir abriendo boca.

El PP y sobre todo el PP andaluz, deberían medir sus pasos con cuidado. Subestimar la consideración que los andaluces tienen de su autonomía puede ser un error de bulto. No vaya a ser que pasen otros 40 años preguntándose qué fue lo que hicieron mal.

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