Alejandro Magno en Málaga
Los superhéroes de esta historia no saldrán en ningún cómic; son superhombres y supermujeres que no aparecerán en ninguna pantalla, basta con mirar atentamente a la gente que camina por la acera
Tenemos por héroes a gente ilustre. Alejandro conquistó Persia, cruzó desiertos y derribó elefantes, como si tal cosa. Conforme ellos avanzaban, por el camino se ... desangraba una multitud sin nombre, simples figurantes. Y así ha sido siempre con los héroes famosos.
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Hoy los héroes famosos coleccionan copas, usan gomina y venden zapatillas. No necesitan masacres, les basta con cuñas de dos minutos para conquistar. Muchos niños los miran con arrobo, aspiran a triunfar bajo una lluvia de confeti.
En paralelo, existe otro tipo de héroes. Desayunan y se peinan deprisa, se calzan las zapatillas y sudan cada paso. Luchan por conquistar su propia vida, por salir adelante y tender la mano. Necesitan tan sólo apoyarse en una frágil palanca, su fuerza interior, el amor propio y el cariño. No hacen daño, ni exprimen siervos, así que nos cuesta verlos como héroes. Su ejemplo es, sin embargo, mucho más valioso. Son héroes cotidianos y anónimos, que viven entre nosotros.
Se llaman Pablo o Carmen; son profesionales sanitarios o docentes, taxistas o jueces, periodistas o comerciantes. A veces, simplemente padres y madres. Su denominador común: cumplen día a día, a pesar de un clima de insuficiencias múltiples que hiela el ánimo. Las cimas que cada semana conquistan todos ellos son tan altas como el Everest. Como muestra, les hablaré de un caso real, ocurrido el pasado año.
El chico era un estudiante normal, aficionado al baloncesto, y si por algo sorprendía era por su buena educación. Con frecuencia le dolía la cabeza. Aun así, asistía a clase. A media mañana el dolor le paralizaba. Tenía que refugiarse en casa y medicarse.
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Había llegado ya hasta 4.º de ESO, pero no pudo acabar el curso. Una grave patología cerebral le detuvo. Fue intervenido por un equipo de cirujanos y radiólogos vasculares en el hospital Carlos Haya. Tras varios meses hospitalizado, regresó al curso siguiente.
Venía en silla de ruedas, había perdido mucho peso. El expediente médico incluía un pesado fajo de folios. En esencia, sufría un Daño Cerebral Adquirido (DCA). Los chicos con este problema sufren déficits de memoria, les cuesta dirigir la atención y tienen que re-aprender muchas habilidades cognitivas. No se trata de una enfermedad rara, aunque sí poco conocida. Ante esta perspectiva, muchos le aconsejaron que no se preocupara. No tenía por qué forzarse. Mejor descansar, relajarse.
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Sin embargo, Alejandro tenía su propia opinión. Se había prometido resistir, terminar todo lo que había quedado aparcado. Por la mañana acudía a rehabilitación física, para recuperar la movilidad; otros días desarrollaba su programa de rehabilitación neurológica, para reaprender habilidades cognitivas. Junto a su madre, recorría en su silla el camino desde Carranque hasta el hospital Materno-Infantil.
Quedaban pendientes los estudios. Se acogió al Programa de Atención Educativa Domiciliaria en Andalucía, de la Consejería de Educación. En enero empezó a realizar las tareas de las distintas asignaturas de 4.º de ESO, más dos pendientes. Tuvo una adaptación de acceso al currículum. Los profesores colaboraron, enviando tareas que él entregaba por correo electrónico. La evaluación se basó en los trabajos que iba terminando. En Lengua leyó y escribió relatos. En Música, hizo un trabajo sobre jazz y la música clásica. Y tradujo canciones del inglés. Recordó una canción de Macklemore & Ryan Lewis que oía desde la cama del hospital:
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«Podemos regresar, este es el momento,
esta es la noche, lucharemos hasta que termine».
En matemáticas se empeñaba en terminar las operaciones, aunque cada una le costara casi media hora. Un invierno duro. Había que domesticar un cerebro y un cuerpo que no obedecían; había que ponerlos a ambos de acuerdo. Así aprendió cosas más difíciles e importantes que las que figuran en los libros de texto.
En junio, una tarde de calor pegajoso acudió con su familia y su silla de ruedas a la graduación. Durante la ceremonia, cada alumno se aproximaba hasta el centro del salón para recibir su diploma. Le ofrecieron ayuda para acercarse. Él reservaba una sorpresa a los asistentes. Con gesto decidido, se levantó de la silla y, andando por su propio pie, recorrió los metros que le separaban del tutor.
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Los superhéroes de esta historia no saldrán en ningún cómic; son superhombres y supermujeres que no aparecerán en ninguna pantalla. Pero no se preocupen, basta con mirar atentamente a la gente que camina por la acera. Este héroe en zapatillas, como Pablo y Carmen, como el equipo médico de Carlos Haya, vive en nuestra ciudad.
Tras obtener el título, hoy nuestro protagonista estudia Bachillerato en Portada Alta. No sabemos si, después de conquistar el Everest, alcanzará otros ochomiles. Seguro que él sigue pensando lo mismo, que merece la pena intentarlo.
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Todos los esfuerzos de la voluntad que este chico inició fueron la mejor decisión. Con su empuje, cada minuto un nuevo aprendizaje anidaba y reanimaba su cerebro, una materia caracterizada por la plasticidad. Fue posible que un alma lastimada cosiera las costuras rotas y se reencarnara en nuevas conexiones cerebrales.
En el siglo de las inteligencias múltiples (de las insuficiencias múltiples, mejor no hablar) esta sería la más humana de las inteligencias, la inteligencia de la voluntad; la voluntad para vivir y amar la vida. Y, como diría Nietzche, la voluntad de poder; para nuestros héroes, significa poder ayudar y arrimar el hombro.
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«Para conseguir grandes cosas, debemos no solo actuar, sino también soñar, no solo planear, sino también creer.» Anatole France
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