El mal gusto
La polémica está siempre en el horizonte por las diversas lecturas que las obras artísticas poseen. En el caso de Las Palmas lo cierto es el mal gusto estético y la pobreza de la coreografía y en conjunto toda la representación
Antonio Garrido
Jueves, 9 de marzo 2017, 08:56
No espere el lector avisado que entre en terrenos propios de las creencias de cada cual y que utilice argumentos religiosos en lo que escribo. ... Solo apuntaré que el espectáculo ganador del concurso de 'drag queen' de Las Palmas en su edición de este año ha ofendido a muchas personas en sus sentimientos y que sería impensable que la actuación hubiera tenido como materia cualquiera otra religión en sus símbolos, en sus ritos y en sus imágenes.
Si hubiera sido así los gritos hubieran llegado al Empíreo y las descalificaciones infinitas a mayor gloria del respeto, de la convivencia, de la libertad. El mecanismo está estudiado y se corresponde con la prevalencia de un discurso único y supuestamente progresista que, en definitiva, no es otra cosa que una apropiación del lenguaje, del poder de las palabras como en 'Alicia en el País de las Maravillas'.
En una sociedad como la que nos toca vivir, no me refiero solo a España, donde el analfabetismo funcional es la realidad dominante, aunque se vista con eslóganes que los hechos desmienten, como el mantra de la generación mejor preparada; en una sociedad donde la reflexión no existe en aras de lo inmediato y gratificante, donde la imagen lo es todo y la frase corta triunfa porque eso de la subordinación es tarea complicada porque obliga a los matices, ¡menudo cansancio!; en una sociedad donde la educación estética es inexistente, es perfectamente asumible que el voto haya decidido que este espectáculo haya sido el ganador.
La ignorancia es oceánica y he leído y oído que se trata de un espectáculo original y transgresor. Insisto en que mi perspectiva es estética exclusivamente. No, en absoluto. No hay nada de original porque existe una tradición anticlerical de siglos que ha empleado los símbolos cristianos para hacer de ellos burla y mofa con diferentes grados de mal gusto artístico.
En 1857 en unas excavaciones en el Palatino, en un conjunto de edificios que formaban parte del complejo imperial, se encontró en un muro que había permanecido sellado durante siglos un grafito que representa a un hombre crucificado con cabeza de burro, otro personaje está al pie de la cruz y una leyenda en griego que, después de sesudos estudios, se tradujo como «Alexámenos adora a su dios». Se dató primero en el siglo tercero y actualmente se considera que se pudo hacer en el siglo primero después de Cristo, reinando Domiciano. Es la primera representación de la crucifixión. Estoy seguro de que si se hubiera reproducido hubiera impactado muy mucho. Basta este argumento para desmontar la presunta originalidad.
La crucifixión, la imagen de Cristo en la cruz, se representa en la tradición de tres maneras: triunfante, paciente y doliente. Estos criterios establecen una imagen de Jesús en majestad, incluso con corona, vestido ricamente y que no presenta signos de sufrimiento. La segunda manera ya aporta ejemplos del cuerpo desnudo pero también con un alto valor simbólico y con poca presencia del dolor; por poner un ejemplo, el crucificado de Miguel Ángel de Florencia, adolescente desnudo donde la belleza ideal es el paradigma.
El tercer modo alcanzó su plenitud en el barroco y en España con las obras de los llamados Dioses de la madera. Imágenes que van desde el Cristo de los Cálices de Martínez Montañez hasta el Cristo de la Expiración, el Cachorro, de Ruiz Gijón, con importantes aportaciones contemporáneas como el de la Expiración de Málaga, de Benlliure. Imágenes para mover y conmover el ánimo del que las contempla y que alcanzan su mayor efectividad emocional en las procesiones de Semana Santa.
El arte contemporáneo también se ha acercado a esta representación y lo ha hecho rompiendo los moldes tradicionales. Picasso fue transgresor en extremo, lo mismo que Francis Bacon, Delvaux y Antonio Saura por citar cuatro ejemplos singulares. Sus obras podrán gustar o no pero es innegable el esfuerzo creador y los valores artísticos y altamente simbólicos de estas obras.
En 1966 el artista León Ferrari realizó una crucifixión en la que la cruz era un bombardero. La tituló 'La civilización occidental y cristiana'. La galería no la expuso, no se atrevió. Pasaron los años y en 2004 se presentó al público y provocó un gran revuelo. El Papa actual la calificó de blasfema.
La polémica está siempre en el horizonte por las diversas lecturas que las obras artísticas poseen. En el caso de Las Palmas lo cierto es el más gusto estético y la pobreza de la coreografía y en conjunto toda la representación. Drag Sethlas obtuvo su banda y fue feliz pero se le olvidó que para romper moldes no basta con ser vulgar hasta el extremo y repetir formas que son anticuadas y que no aportan nada por cansadas, por trilladas.
El Carnaval es el mundo al revés -léase a Bajtin-, pero en su contexto lo visto no pasa de ser una horterada aburrida.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión