El bizcocho

El índice de miedo en la sangre, se mida como se mida, está creciendo en los últimos años y no sale en los análisis

F. L. CHIVITE

Domingo, 28 de agosto 2016, 10:30

Una imagen de la semana pasada: una mujer de mediana edad está vestida en la playa de Niza. Llegan cuatro policías también vestidos y armados, ... la rodean y la obligan a quitarse ropa. El resto de la gente ni se inmuta, como mucho miran de lado. Otro asunto, un titular de esta misma semana: el Gobierno alemán insta a la población a acumular comida y agua para diez días ante la posibilidad de que ocurran hipotéticos atentados terroristas, catástrofes naturales, ataques químicos, cibernéticos o una guerra nuclear. Lo que sea. Animando al personal. Me pregunto cómo nos tomamos este tipo de informaciones y avisos. Me gustaría saber qué efecto tienen en nuestros ya de por sí vapuleados cerebros occidentales. El otro día estuve viendo un reportaje de televisión a la hora de máxima audiencia en el que se afirmaba que prácticamente todos los alimentos que consumimos contienen alguna clase de veneno o sustancia tóxica. Así de simple. Y ahora apaga la tele y vete a dormir. No digo que no haya una mínima parte de verdad en este tipo de mensajes y comunicados más o menos oficiales que nos alertan de los riesgos que corremos o del modo en que se organizan las cosas en el mundo del maldito siglo XXI. Pero, ¿cómo nos afectan? Su alarmismo, su insistencia, su sutil reiteración, ¿influyen en nuestra manera de percibir y opinar sobre los acontecimientos y políticas actuales? No hay nada más tóxico que el miedo y está en la atmósfera que respiramos. No sé si un kilo de arroz contiene muchos o pocos microgramos de arsénico, pero el índice de miedo en sangre, se mida como se mida, está creciendo en los últimos años y no sale en los análisis. El mundo siempre se está yendo al diablo por una cosa o por otra. El mundo es transformación, dolor, locura: está ahí para desasosegarnos. Ayer fue un terremoto, el otro día un bombardeo o un atentado terrorista, mañana será otra cosa horrible. En ninguna época se ha vivido libre de amenazas y peligros de todo tipo. Sin embargo, la conquista de las libertades en la sociedad civil pasa siempre por la necesidad de reducir al mínimo la influencia del miedo (la mayoría de las veces inducido desde instancias interesadas). Volviendo al relato de la mujer vestida en la playa y tratando de analizar la situación lo más racionalmente posible, intentando minimizar cualquier prejuicio de carácter religioso o cultural, el hecho de que cuatro policías rodeen a la mujer y le obliguen a despojarse de sus prendas de vestir constituye una agresión. ¿Acaso no puedo sentarme vestido en una playa? ¿Acaso en octubre sí y en agosto no? No conozco a nadie que admita fácilmente que sus opiniones están contaminadas por el miedo estructural. Pero lo cierto es que el miedo penetra en nuestros cerebros como un chorro de whisky en un trozo de bizcocho. Ni lo notamos.

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