La fiesta del fútbol
No se trata de escamotearle al duelo su pasión cainita en nombre de ningún buenismo, al revés
Teodoro León Gross
Viernes, 20 de noviembre 2015, 12:42
Mañana en 'la fiesta del fútbol' -un topicazo, sí- esta vez quizá importará menos el fútbol que la fiesta. Más allá de los tres puntos ... y toda la pasión volcánica del clásico, será inevitable la sombra de Saint-Denis, el regreso de La Roja desde Bélgica o el pánico de Hannover desmontando un Alemania-Holanda. No es extraño. El terror, como anota John Carlin, suele invocar la muerte en aquellos lugares donde nosotros celebramos la vida. Y los estadios, como las terrazas, son templos de nuestra cultura alegre. Por eso hay que celebrar el fútbol, y tanto más ante la ceremonia ecuménica de un Madrid-Barça, rito capaz de hacer gritar de euforia en todos los idiomas. También los jugadores andan roneando:
-El clásico -dice Piqué- nos pone cachondos...
-Yo no he llegado nunca al orgasmo -replica Sergio Ramos- pero es cierto que casi.
«No hay nada más vacío que un estadio vacío», escribió Galeano, evangelista de la religión sin ateos del fútbol. Nuestro reino sí es de este mundo; y a falta de un Dios que prometa desvirgar a setenta y dos huríes en el paraíso, tenemos esos once dioses menores con botas de tacos. Mañana toca, en una pradera más protegida que los jardines de Postdam en 1945, y las gradas casi harían bien en componer la tricolor en lugar de sus pinturas tribales -los miopes de la estelada resultarán en esta ocasión más insignificantes que nunca- y hasta cantar 'La Marsellesa', un himno de libertad que sonó el martes en Wembley contra la intimidación como en aquella escena en el Café de Rick de 'Casablanca'. Bilardo, campeón con Argentina en 1986, defendía la importancia del himno: «Nosotros lo practicábamos cinco veces antes de cada partido... en ese momento al jugador se le pasa toda su vida por la cabeza». Puede funcionar como haka sentimental antes de poner el mundo a rodar desde el centro del campo. No se trata de escamotearle al duelo su pasión cainita en nombre de ningún buenismo, al revés, se trata de celebrar que eso es parte de una fiesta.
El fútbol, en momentos así, no sólo es la cosa más importante de las cosas que no son importantes. Como en el legendario discurso de Mandela, hay que nutrirse de la potencia inspiradora del deporte. Albert Camus confesó que el fútbol fue toda su escuela de moral. Hoy importa menos la fe de Cristiano; las botas nuevas de Messi que los príncipes de Nike le ponen como a Cenicienta; o ese linier suplente llamado Barbero Sevilla que parece elevar el fuera de banda a la categoría de aria de ópera. Madrid va a estar bajo los focos con los dos grandes equipos del planeta. No es raro que se atente contra las ciudades, Nueva York, Londres, París... El propio Camus concluye 'La peste' temiendo el día en que ésta despierte a sus ratas «y las mande a morir en una ciudad dichosa». Allí están los templos de la alegría que sirven de barricada ante la epidemia del fanatismo.
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