Siempre me divirtió aquel momento del programa legendario de Canal Sur 'Tal como somos' en que el presentador, Tate Montoya, le decía al público procedente ... de la localidad del día: 'Venga, darse un aplauso'. Resultaba absurdo, pero todos se aplaudían a rabiar a sí mismos, sin más motivo que la mera euforia de ¡viva mi pueblo! Y algo semejante sucedió ayer en el Parlament. Forcadell, emulando a Tate Montoya, anunció el resultado como quien dice 'venga, darse un aplauso', para que JuntsPelSí y las Cup se ovacionaran por ser lo que son. De hecho, quienes se autohomenajeaban por iniciar una independencia retórica representan a menos ciudadanos que quienes han votado contra eso, pero, qué más da, eso son detalles democráticos que no pueden perturbar un momento así. La pantalla de la votación dividida en dos colores desmentía el mensaje de 'un solo poble' pero la lógica nacionalista, con la Forcadell como vestal de su llama sagrada, emana de la negación totalitaria de la otra mitad. Así que allí estaban aplaudiéndose tras utilizar un Parlamento emanado de la legalidad, con todos los recursos de la legalidad, para crear la realidad virtual de desconectarse de la legalidad. Como les espetó el portavoz socialista: no es que se desconecten de España; más bien se han desconectado de la realidad.
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Marx intuyó que la historia tiende a repetirse primero como tragedia y después en forma de farsa; y sobre la memoria de viejos dramas, lo de Mas es una versión chusca de la liberación nacional. Ayer la farsa alcanzó un rasero ridículo que alguien sintetizó en poco más de cien caracteres: 'El Parlament aprueba que Cataluña sea una república independiente sin presidente y sin gobierno dentro de una monarquía'. Hay que reconocerles talento escénico. Con una declaración así han tenido un highlight planetario. Cataluña ha dado mucho talento teatral -Els Joglars, Els Comediants, La Fura del Baus, Tricicle, La Cubana, Dagoll Dagom...- y el proceso es definitivamente una farsa bastante lograda.
Claro que lo sucedido en el Parlament no es un asunto frívolo o trivial, al revés; pero ante una farsa suele resultar difícil actuar seriamente. Tal vez ese sea el secreto de su éxito. Nunca han generado demasiada oposición. De hecho, cuando los historiadores analicen el proceso, se verá la complicidad de los gobiernos españoles -desde el Felipe que indultó a Pujol por Banca Catalana al Aznar que hablaba catalán en la intimidad, desde el Zapatero del Estatut al Rajoy de la procrastinación tras el plasma- y sobre todo la izquierda al haber confundido el totalitarismo nacionalista con algo progre. Con seguridad tampoco ellos creyeron posible que algo tan chusco democráticamente pudiera prosperar -con toda esa faramalla de la colonia oprimida- pero han ido quemando etapas hasta aquí. Y esto es lo asombroso: nadie tiene ya la certeza de que la farsa no vaya a consumarse.
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