Al final siempre llega el día en el que decir, como sucede con la primavera en El Corte Inglés, que ya es otoño en Málaga. ... Suele caer lejos de los calendarios oficiales. Cuando se declara el otoño hacia el 21 de septiembre, aquí acostumbra a sorprendernos en bañador, yendo y viniendo entre el chiringuito y el rebalaje. Octubre a menudo es el mejor septiembre; y eso en Málaga significa un mes extra de verano, y además esa clase de verano dulcemente tardío para comer al sol sin tostarse. Después, claro, el tobogán del termómetro pasa en horas de las terrazas al temporal y las primeras tormentas anuncian que esto se acaba -lo mejor del estío otoñal es precisamente la sensación de prórroga, de placer provisional con fecha de caducidad- y por primera vez piensas que no debes salir sin abrigarte algo o en qué altillo estaba el edredón. Entonces alguien dice 'hay que hacer los armarios' y ahí ya está liquidado 'el largo y cálido verano'. Suele suceder en el puente de los santos y difuntos, que cada vez es más el puente de las calabazas y los altillos.
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El día de los 'armarios' es como hacer una mudanza. Se trata de guardar el verano en cajas -incluso hay quien le pone alcanfor- e irse a vivir a otro sitio donde hay que usar chaquetón y ordenar las bufandas. Es un lugar de lana con paraguas, calcetines, quizá guantes y hasta cisnes en el cuello. En las calles aparece el atrezzo. A veces es un decorado natural de hojas caídas de los plátanos de indias, una alfombra cenicienta sin la intensidad del arce en la bandera de Canadá. También llegan las primeras castañeras, que parecen puestas allí por el municipio para crear ambiente, como atrezzo de protección oficial. Se hace raro acercarse a hablar con ella y ver que son dos chicos náufragos de la crisis. En el aire sopla el 'violín de otoño' y el mar se pasa a un pantone metálico de colores plomizos. La estación siempre se ve venir el penúltimo sábado de octubre, con el cambio de hora. A partir de ahí las tardes son catalogadas como especie en extinción. Su pérdida es irreparable; porque esas horas son un atributo esencial de los meses cálidos. Cuando ya no abres la ventana, con el otoño en el cristal como en el haiku japonés, se acabó.
Claro que quizá no se trata del armario, sino del 'almario'. Las estaciones son, como casi todo, también un estado de ánimo. Recuerdo haber leído, quizá a George Sand, aquel fascinante personaje literario en sí mismo, que era necesario algo tan melancólico como el otoño para poder preparar la llegada del cruel invierno. Sin una transición sentimental, resultaría un golpe demasiado duro, frío como una puñalada en la tercera intercostal. El otoño es un termostato para reajustar la temperatura del ánimo, y dejar que la pasión estival se disponga a hibernar en la memoria, el jardín de Valle-Inclán.
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