La noche electoral del 27M, Paco de la Torre pudo considerar que era el momento de decir adiós. La pantalla con el escrutinio acabó por ... estabilizarse en 13 concejales, después del agónico estancamiento en 12, cifra con la que difícilmente habría conservado el cargo, al no bastar ya con Ciudadanos. Tras quince años de mayoría absoluta, es fácil imaginar el abatimiento por la incertidumbre para un hombre de setenta y tantos, muy alejado del partido hasta concurrir con la marca propia 'Paco de la Torre Sí' por huir de la erosión de las siglas. Entonces, cuentan quienes estaban a su lado, recuperó el segundo oxígeno de los boxeadores, se vino arriba con el espíritu superviviente que le imprime carácter -a estas alturas es una rareza resistir veinte años en política, y él lleva más de cuarenta, desde tiempos predemocráticos- y acabó emulando el espectro de Felipe aquella noche electoral de 1993: «He entendido el mensaje». Salió de la sede dispuesto a enrolarse en la Nueva Política.
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Poco más allá de los cien primeros días, queda claro que De la Torre no entendió el mensaje. Ayer fue reprobado por la oposición, un gesto inocuo pero de alto valor simbólico. La mayoría del pleno le sacó tarjeta por un episodio con matices turbios, muy 'vieja política style'. Tal vez sea injusto sostener que De la Torre, como González, no ha cambiado nada; pero en definitiva hay algo muy difícil de cambiar después de muchos años en el poder: tu propia imagen. Nadie creyó que Felipe fuese otro Felipe, y aunque hizo cambios inteligentes -Gobierno técnico, fichaje de los jueces Belloch y Garzón, mejor comunicación- la legislatura 1993-1996 fue un infierno con Aznar percutiéndole ¡Váyase señor González! Tampoco nadie parece creer que De la Torre sea otro De la Torre, sino el mismo con un socio bisoño aunque no ciego.
La imagen del alcalde sale magullada del ritual de reprobación. Puede simular indiferencia, como en su día Magdalena, pero esto deja cicatrices. Y no ya por su soledad ante todo el arco del salón de plenos, desde Ciudadanos a la marca local de Podemos, sino por la estampa de un alcalde contra todos cuya salvación ha venido de un pacto sin transparencia con unos socios privados para meter en nómina a base de fórceps a un político impopular con el único mérito de ser de su cuerda. Muchos se preguntan qué tendrá ese ex concejal para justificar semejante órdago. A falta de cualidades, el asunto se presta a las cábalas: ¿se trata de silenciarlo? En fin, conviene huir de teorías conspiranoicas, pero hay algo seguro: el alcalde le ha arrancado el nombramiento a unos empresarios privados reacios a nombrarlo, y eso siempre tiene un precio. Es un asunto feo, que se suma a otros nueve políticos colocados por él con modos de vieja política. Eso no es entender el mensaje; sino desentenderse de él.
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