Suárez 1976... ¿Rivera 2015?
Y quizá la rehabilitación de la corona con Felipe VI requiera la marca limpia de Ciudadanos
Teodoro León Gross
Miércoles, 14 de octubre 2015, 12:31
Sí, es tentador ver en el besamanos de Albert Rivera del 12-O un lejano trasunto de 'la crisis del rigodón de 1856'. Aquel día ... de octubre, siglo y medio antes, Isabel II cumplía veintiséis y tocaba respetar la primacía del jefe de Gobierno en su carné de baile, pero descontenta porque O'Donnell se resistía a retirar la desamortización, decidió bailar con el general Narváez. O'Donnell entendió el mensaje y a la mañana siguiente su carta de renuncia estaba sobre la mesa de la reina. En la recepción palaciega de este lunes, el presidente del Gobierno quedó eclipsado por Rivera. De hecho Rajoy apenas era una sombra en el gran salón de baile donde brillaba el joven líder de Ciudadanos. Aun sin un gesto extraordinario, la foto de Felipe VI y Rivera desprendía empatía; siquiera por complicidad generacional. La corrupción del Rey Juan Carlos I corrió paralela a la degradación de PP/PSOE, y quizá la rehabilitación de la corona con Felipe VI requiera la marca limpia de Ciudadanos. Era difícil no ver en este Rivera de 2015 al Suárez incipiente de 1976 para su padre. Una fotogenia de época.
Los gritos de 'Presidente, presidente' a Rivera transmitían algo inusual y por tanto de enorme valor político: ilusión. Rivera genera ese efecto que alguna vez tuvieron Suárez, Felipe y Aznar: inspirar fans, más que votantes. En el 'in'/'out' de palacio, salir en la foto con Rivera era lo 'in'; y ni siquiera Vargas Llosa e Isabel Preysler con una bandeja de Ferrero Rocher le eclipsarían. Rivera, un 'crack' según Iglesias, desprende magnetismo. Rajoy ha gestionado honrosamente la crisis cumpliendo el programa Merkel, pero al jefe gris de los conservadores le persigue la corrupción, el desistimiento catalán y la falta de empatía con los perdedores de la recesión, mientras Rivera parece un centrista sensible con manos limpias y programa liberal. Claro que tiene sombras -es un político- desde el día en que fue nº1 de Ciudadanos por un cambalache para hacer la lista por orden alfabético no de apellidos sino de nombre (¡premio para Albert!) pero es el único líder con el mínimo de credibilidad para hablar de consensos de Estado evocando los 'pactos de la Moncloa', tarjeta de visita de Suárez ante la Historia.
La irrupción de Rivera e Iglesias, antes de que las alas del capo de Podemos se derritieran en su ascenso fulgurante hacia el 'núcleo irradiador' del poder, ha modificado el mapa político. Y es inútil que el bipartidisme trate de blindarse utilizando privilegios como los debates encorsetados a dos. A Rivera ya le ha servido para retratar a Rajoy como timorato líder anticuado sin nervio democrático; y lejos de resultar erosionado por las críticas de Génova o Ferraz como lobbista del Ibex 35, él vende regeneracionismo, que es el producto más difícil de colocar hoy en el mercado electoral. No cuesta imaginarlo, en pocos años, como duque de Rivera.
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