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Garriga Vela, que también hace la compra en el mercado. :: sur
Cruce de vías
LÍNEA DE FUGA

Cruce de vías

Garriga Vela, mil veces aquí. Los mapas de López Cuenca en el IVAM. Y Carlos Álvarez, inasequible a las desilusiones

Antonio Javier López

Domingo, 11 de octubre 2015, 13:53

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Las malas experiencias me han enseñado a evitar los sitios altos, los pantalones estrechos y las entrevistas con gente a la que admiro desde lejos. Claro que después llega la vida, la agenda, y te coloca una charla con Maribel Verdú en la azotea del Málaga Palacio el sexto día del festival de cine, cuando la camisa ya no te llega al cuerpo. Por eso llega un pellizco en el estómago en cada cita con José Antonio Garriga Vela. Hace unos meses, en el Café Madrid, quedamos para charlar de la novela que estaba a punto de publicar, 'El cuarto de las estrellas' y hablamos de casi todo menos de eso. Esta semana, en otro café, más moderno y chic, Garriga se encontraba con los lectores como quien se cita con un amigo al que hace tiempo no ve. Y habla casi siempre Garriga como si tuviera la cabeza en otra parte, en una historia o un viaje, quizá ese que dentro de unos días le llevará por Vietnam y Camboya durante un mes, como antes fueron La India o Nepal. Después de cada viaje llega un libro, desengrasado con la distancia y la soledad del forastero como salido de un 'Cruce de vías' de esos que firma los sábados aquí. Desde hace un tiempo le acompaña una ilustración del Sr. García y quien maneja este puñado de papel y tinta suma a la columna de Alcántara otro motivo para empezar la lectura por atrás, de izquierda a derecha, como algunas escrituras sagradas y los tebeos japoneses. Garriga ha escrito aquí mil 'Cruce de vías' durante los últimos 21 años y queda la extrañeza de que haya pasado a la vez tanto y tan poco tiempo, la sensación simultánea de que todo ha sido siempre así y de que lo mejor está por llegar, como en un amor correspondido.

Que un relato semanal aguante mil entregas en un diario demuestra que la realidad nunca es suficiente. Tampoco lo fue para quienes decidieron en el epicentro de la crisis (2009-2010) que había que aflojar 21 millones de euros en comprar la parcela del Astoria para mantener impertérrita su cochambre, su agujero de gusano en la manzana picassiana. Va para cinco años de una de las operaciones con dinero público más sonrojantes que se recuerdan por aquí. Primero fue la zafiedad de la Junta de Andalucía para tumbar con criterios moldeables (el «impacto visual» del proyecto) un nuevo edificio que reservaba la entreplanta para la Fundación Picasso y luego siguió la incontinencia verbal y presupuestaria municipal, lanzada al barro de darle la vuelta a los cajones para pagar ese viaje a ninguna parte. El Astoria es más que una estampa lamentable, el Astoria levanta orgullosa el alma frangollona de la nomenclatura local, la querencia por diseñar una ciudad a salto de mata y golpe de talonario público para después mirar hacia otro lado cada día que ese edificio sigue en pie como un monumento a su incapacidad y su negligencia.

La manzana del Astoria es una perita en dulce para Rogelio López Cuenca, que esta semana ha presentado en el IVAM de Valencia 'Radical Geographics', el mapa crítico de una ciudad por la que muchos han visto a la nuestra en el espejo retrovisor de la historia. La exposición es el fruto de un taller previo donde los participantes han reflexionado sobre su entorno cercano, con el oído puesto en las distorsiones entre lo que suena en las campañas de autobombo y la realidad de la calle. Aquí se intentó algo parecido hace una década con el proyecto 'Lo Que No Hay'. Empezaron las sesiones en el CAC y luego el asunto se coló por el desagüe de nuestro milagro económico de cartón piedra y ladrillo visto. Y ahí seguimos.

Como sigue empeñado Carlos Álvarez en darle una oportunidad a eso que llaman la sociedad civil. El barítono hace mutis de los chascos que se ha llevado con su fundación nonata y el auditorio interruptus para ponerse al frente de una asociación en defensa de la Orquesta Filarmónica. Habrá quien piense que eso no le interesa a nadie, quien sospeche 'Estos, ¿qué querrán en realidad?'. Y quizá. Pero anteponer a cada rato ese nihilismo remolón explica muchas de nuestras derrotas, echadas en el arcén de los trenes que vimos pasar desde el cruce de vías de nuestros brazos cruzados.

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