La habitación del hijo
La vida de Andrea ya sólo era una muerte a cámara lenta, el trámite doloroso de la extinción
Teodoro León Gross
Viernes, 9 de octubre 2015, 12:22
Más allá de los maximalismos tremendistas con que los fanáticos suelen envenenar el debate, es difícil imaginar un cataclismo emocional más doloroso que el de ... unos padres solicitando la 'muerte' de un hijo, aunque sea para procurarle una 'muerte digna'. Eso no es un acto de fe ciega, como aquello de Abraham con Isaac a las montañas de Moria para honrar a Dios, sino un gesto desesperado de amor, de extrema piedad: tratar de acortar la agonía de una criatura condenada a costa de condenarse ellos a una agonía vitalicia preguntándose si hicieron bien, si era el momento, si no se rindieron antes de tiempo, si tal vez sí, enfrentados al síndrome de 'la habitación del hijo'. Cuando Andrea acabe de extinguirse en el hospital de Santiago, sus padres volverán a casa, y como Giovanni Sermonti, el personaje de Nani Moretti, tendrán allí ese cuarto con sus cosas donde el vacío les interrogará implacablemente.
La vida de Andrea ya sólo era una muerte a cámara lenta, el trámite doloroso de la extinción una vez que su condición humana había retornado al hecho biológico. Nada de esto es fácil, pero los 'matones de la moral', como dice Lucas, han enredado la solicitud de muerte digna -no forzar la vida cuando ésta ya no es vivir- con el suicido asistido para demonizar a los padres, aun con el aval del comité de bioética y la ley. Ciertos 'provida' no son antagonistas de los 'promuerte' sino de los 'prodignidad'; basta leer al director cerril de InfoCatólica: «no hay muerte digna que consista en dejar de recibir alimento; eso no se le hace ni a los perros ciegos, ni a los caballos cojos». Detrás de la obstinación terapéutica hasta el encarnizamiento a menudo aparecen los catecismos arrojadizos. La amargura oceánica de los padres en ese trance no merecía 'la picota de telediario' forzados a explicar que su batalla no era contra unos médicos decididos a salvar a su hija.
«Nos gustaría estar contigo pero nos fue denegado por el destino» escribió Friedrich Rückert, poeta del Biedermeier, entre otros 428 poemas inspirados por la muerte de dos hijos; textos que después Mahler convertiría en los Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) antes de perder a su propia hija. «Sólo está vivo de mí lo que está vivo de ti: el recuerdo», escribe Umbral en el duelo de 'Mortal y rosa'. A menudo se percibe casi la culpa de seguir viviendo. Cuesta imaginar que los padres puedan experimentar esto como 'muerte luminosa', pero eso propugna Elisabet Pedrosa en un libro que relata el final de su hija Gina, a los 11, con síndrome de Rett; y estos días, donde Alsina, apelaba a la importancia de encontrar «el momento de dejar marchar» guiados por el amor y el buen consejo médico. Eso es exactamente lo que esta semana han impartido los padres de Andrea contra los espectros de la superchería: una lección de amor.
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