Debajo del puente
Buenas almas de grandes ideales que prefieren ignorar que debajo de los adoquines no está la playa.
Teodoro León Gross
Lunes, 5 de octubre 2015, 12:38
«Sólo existe la clase media y lo demás es fantasía estadística» escribe el poeta Agustín Fernández Mallo en 'Ya nadie se llamará como yo' ... con la tinta aún caliente. Hay un % de millonarios o un % de pobres severos, porcentajes donde se viaja en jet privado a los Mares del Sur o en el compartimento de la rueda de repuesto de un 4x4 para alcanzar Europa. Pero eso sucede en esferas ajenas a la realidad de la clase media. Sí, hay 85 personas que acumulan más dinero que la mitad de la población mundial, y buena parte de esos 3.500 millones de almas raquíticas apenas alcanzan a un dólar diario según el informe de la pobreza del Banco Mundial. Ese es ya el territorio mítico de la estadística. Nuestra realidad es el sitio donde te puedes comer un filete, como Woody Allen, y se va llegando a fin de mes. Para la fantasía estadística queda la venta de Aston Martin en Marbella o el centenar de criaturas, retratadas ayer en un gran reportaje de Cano&Salas, viviendo bajo el último puente del Guadalmedina.
La vida no siempre es vida. Más allá de las desesperaciones cotidianas -cualquiera puede gritar ¡así no se puede vivir! cuando tienes un vecino que estudia saxofón o cuando la wifi no tira- eso solemos creer. Pero tal vez lo más estremecedor de ese reportaje es el latido de la vida ahí debajo, bajo las estructuras de cemento sobre las que desfilan turistas con cámaras digitales. En esa ciudad invisible se vive; hay parejas que se aman y decoran los tubos de saneamiento, gente que celebra las victorias de Real Madrid y días de cantarse 'cumpleaños feliz'. Donde pensamos ¡esto no es vida! late el pulso de la vida. Por supuesto, ofende a la conciencia cívica saber en qué condiciones habitan, pero nos coge con el pie que un chaval defienda su rincón bajo el puente reivindicando que es mejor que Fez, la hermosa capital de Hispania Nova al otro lado del lago mediterráneo. Beber agua en el puerto, ducharse en la playa, rastrear los cubos de basura para sacar unas monedas y pasear por Alcazabilla como europeos sin título oficial.
La sociedad mantiene sus zonas de sombra. Ahora ya estamos todos pensando en el puente; pero eso sí, el puente del 12 de octubre, no del Guadalmedina. La miseria es fácil de apartar, como mencionaba Ulrich Beck en 'La irresponsabilidad organizada'. La clase dirigente española montó en cólera por la portada en 'TheNew York Times' de un indigente español hurgando en un contenedor con camiseta de Messi. No les indignaba que suceda, sino que se viera. Como decía el John Lennon crepuscular, «la irrealidad es el programa del día» para toda esa gente cómoda si la miseria no aparece en la portada del periódico, buenas almas de grandes ideales que prefieren ignorar que debajo de los adoquines no está la playa, como en el eslogan del Mayo del 68, sino gente que vive debajo del puente.
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