El mirador

Elogio de la curva

Resulta ridícula una declaración así a la defensiva, reclamando el indulto para el cuerpazo del delito

Teodoro León Gross

Viernes, 2 de octubre 2015, 12:47

«Sí, tengo tetas, tengo culo, tengo abdominales, tengo muslos» se ha justificado la modelo Gigi Hadid, un ángel de Victorias Secret que parecía recitar ... esa retahíla como una confesión de culpabilidad, entre la rabia y el orgullo, como el coronel Jessup de Sorkin. A primera vista resulta ridícula una declaración así a la defensiva, reclamando el indulto para el cuerpazo del delito. Claro que en la pasarela hay algo de eso. A falta de photoshop para retocar los cuerpos hasta convertirlos en fantasías de Milo Manara o Adam Hughes, rige una tiranía para mantener a las modelos en una delgadez patológica, con cuerpos de prisioneras de Auschwitz en el circo dorado de la belleza. Frente a la necrofilia con los esqueletos de Nataliya Gotsi, Cassi van den Dungen o Izabel Goulart, esta chica ha hecho una reivindicación de la curva como no se recordaba desde Niemeyer, el gran arquitecto brasileño que confesó detestar «las líneas rectas duras e inflexibles, hechas por los hombres», seducido por la naturaleza, o sea, «la curva libre y sensual».

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Quizá el mundo se divida en amantes de la rectitud y amantes de las curvas. Según Joyce, los hombres se rigen por las líneas del intelecto y las mujeres por las curvas de la emoción. A saber, pero el caso es que a mí me gustan las naranjas, Alpe dHuez, las botellas en penumbra de las bodegas, las conchas finas, la cúpula de Brunelleschi, el paisaje de Meteora, el anillo de Saturno como si bailara un hula hoop en mitad de la galaxia, los pases con rosca de James a cámara lenta, la sintaxis de Proust, las copas de cognac preferiblemente llenas de cognac, las plazas de toros, las fotos de Marilyn, , el pan cateto, los timones de los veleros, los tomates en rodajas, los relojes viejos de las viejas estaciones, la Parabólica de Monza, Eau Rouge de Spa-Francoschamp, la gente algo más que recta, y naturalmente las mujeres sin cuerpo de chico, como decía Nicole Kidman ante el espejo, sino más bien como bodegones frutales de Arcimboldo, una Eat Girl antes que It Girl.

A la moda no hay que reprocharle la búsqueda de una mujer capaz de inspirar fantasías. No se inventó Chanel o Armani para acabar haciendo odas a la normalidad. Pero ya desbarran cuando Dior saca de un desfile a Jourdan Dunn, que usa la talla 34, por su 85 de pecho. La moda puede pretender la sublimación de la mujer, pero no su extinción. Entre la ingeniería de Raf Simons y el escote de la Dunn, no hay duda. «Soy humana» dice Gigi Hadid en el pliego de descargos por sus curvas, como si vulnerase las reglas. A saber cuanto habrá de verdad en las teorías de la misoginia de los magos de la moda, pero el empeño en buscar rectas geométricas en los cuerpos de la mujer es una alquimia estúpida. Al revés, a tríos como Hamlet, hay que reclamar curvas, curvas, curvas.

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