El otoño sobre el 27S
A los indepes les convenía vender una 'guerra' con la bandera de España como símbolo de confrontación
Teodoro León Gross
Viernes, 25 de septiembre 2015, 12:16
Hoy era un día estupendo para ese artículo de recurso al irrumpir el otoño en los calendarios, cuando se adivina, como en aquel poema de ... Benítez Reyes, el primer soplo de melancolía «porque sé que el verano fue la vida». O quizá un artículo sobre la tolerancia del pensamiento ilustrado, tras compartir mesa días atrás en Córdoba con Savater, Innerarity, Pepa Bueno, Ben Ami, Salomón Castiel, Juan Cruz. O sobre la caja de vino que un amigo me hace llegar cada año al final de septiembre, que es el anuncio embotellado del otoño como las ventanas de los haikus ante el rojo de los arces y olmos de agua. En definitiva hoy tocaría uno de esos artículos que convierten el viernes en una barricada para frenar la inercia áspera de la semana, a cubierto del campo de batalla de la política. Pero no es fácil la literatura de salón, entre verónicas metafóricas y muletazos templados de sintaxis, a dos días del 27S con el país envenenado desde la vieja Barcelona cosmopolita.
La escena de ayer en Sant Jaume, en fiesta por la Mercé, se convirtió en otro sainete simbólico del fracaso colectivo que se vaciará en las urnas del domingo. 'Guerra de banderas', se aupó como titular a los medios. Sucedió así: Esquerra colgó la estelada en el balcón, con la complicidad sonriente de Ada Colau y sus pretorianos ante esa enseña ilegal; pero a los pocos segundos, cuando un concejal del PP se propuso colocar también una bandera de España, el propio teniente de alcalde forcejó para impedir el símbolo oficial del Estado. Y a eso lo llaman 'guerra de banderas' ¡en los medios españoles! Parte del fracaso ante el proceso es que el relato siempre se ha escrito en clave catalana. Allí convenía vender una 'guerra' con la bandera de España como símbolo de confrontación; y los medios españoles pecaron de seguidismo mientras ellos despreciaban la bandera española como herencia del franquismo frente a la estelada de la libertad. No es raro que Mas asistiera a la escena sonriendo -otra vez el gesto del 'perro pulgoso' como en la pitada al himno- celebrando su éxito al generar ese caldo de cultivo.
Hay un hartazgo, cada vez más epidérmico, en el país. Un cierto hastío desmoraliza a la ciudadanía, mientras el independentismo mantiene una fuerte movilización, con su estrategia de fiesta de la liberación desde la Diada. La campaña se ha podrido entre mentiras y golpes bajos, con la clase política española en fuera de juego: Rajoy dando la talla de un estadista de opereta; Sánchez en el refugio del tercerismo conceptual ('la nación discutida y discutible'); y Podemos en su hipócrita ambigüedad. Entre la gente hay un clima de claudicación moral, refugiados en 'la ira del español sentado', como decía Lope, o el sarcasmo. Son dos formas de perder. Por eso no toca escribir de otoño aunque se anuncie, parafraseando a Gloucester en 'Ricardo III', el otoño de nuestro descontento.
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