Responsabilidad civil
Tal vez ese es ya el único mensaje a estas alturas: apelar el ciudadano, el genuino sujeto político
Teodoro León Gross
Miércoles, 23 de septiembre 2015, 12:36
Ayer pasaron por el escenario del Ateneo de Madrid veintidós ciudadanos. Allí estaba Vargas Llosa, Savater, Herrera, Arcadi Espada, Carmen Iglesias, Andrés Trapiello, Albert Boadella, ... Santi González, Félix de Azúa. y algunos otros; también yo mismo. Se trataba de pronunciarse, ante el 27-S, 'Por la responsabilidad civil'. Tal vez ese es ya el único mensaje a estas alturas: apelar el ciudadano, en definitiva el genuino sujeto político, confiando en que asuma el valor de su voto sin evadirse tras la masa con la lógica de Pilatos mientras la clase política se aferra al tacticismo de sus intereses electoralistas sin sentido de Estado.
No hay más. El discurso amenazante parece un error. Seguramente es inútil -el 'principio de realidad' no rige para los gerifaltes mesiánicos y tampoco para su clientela fiel- pero además contraproducente. Amenazarles con quedar fuera de Europa, con un corralito o con la fuga de multinacionales, supone aceptar la hipótesis de que puede haber independencia. El Gobierno, que ha alternado el 'laissez faire' con los gestos sobreactuados, no debería jugar con el escenario tras la ruptura de la legalidad, sino garantizar que salvaguardará esa legalidad.
También parece inútil el discurso sentimental de 'amo a Cataluña'. Claro que es cierto. Uno ama Barcelona, a Vázquez Montalbán o la Boquería como a Guetaria, Valle Inclán, Gredos, el albariño, Moneo, los langostinos en Casa Bigotes, y por las mismas a Oporto, Voltaire, los vinos de Riesling, la Lombardía, Shakespeare o una Horiatiki Salata, porque un español es catalán, andaluz, vasco y castellano, y desde luego europeo. Sin embargo, ese discurso tiende a resultar plañidero -'¡por favor, no nos dejéis!'- ante quienes han interiorizado la condición de víctimas, persuadidos de que España les debe una reparación.
Solo queda la razón y la ley. Claro que es poco probable que esto tenga éxito entre quienes han mirado para otro lado al ver cómo se incumplían sentencias, o el pujolismo del 3%, o los medios al servicio del aparato de propaganda, o las listas negras, o la ficción del Derecho a Decidir, o una Historia reescrita a medida. La escala que rige ahí no es la ley o la razón. La construcción del relato secesionista está trufado de mentiras, como las balanzas fiscales y el mito de 'Espanya ens roba', y son las coartadas virales.
No es fácil defender la razón ante el hervidero emocional. El imperio de la ley resulta frío y áspero contra la efervescencia folclórica de las Diadas; hacer números se hace desagradable contra el discurso alegre del tururú; el orden racional choca con los fuegos artificiales de la emancipación retórica en la espiral sugestiva de que todo aquello es una fiesta. Así que sólo queda 'la responsabilidad civil' del ciudadano para no refugiarse en la indiferencia timorata de NS/NC.
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