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JOSÉ LUIS RAYA PÉREZ. PROFESOR DE INSTITUTO
Lunes, 23 de febrero 2015, 13:20
El término 'Wassap' proviene del inglés 'What's up' y de 'app' que significa aplicación. A esto se le denomina en lingüística neologismo, esto es, un vocablo que procede de una lengua extranjera, si se le asume fonéticamente en su total integridad se le puede definir también como calco lingüístico o extranjerismo semiadaptado en este caso, pues la RAE, con la fama de conservadora que siempre ha esgrimido, resulta que en un pispás acepta este vocablo en su total integridad diría yo, exceptuando alguna grafía, así pues, es correcto el sustantivo guasap o wasap y el verbo wasapear o guasapear. Analogía con whisky y güisqui. Se dice que los préstamos se producen por el contacto lógico de las lenguas entre sí. Qué duda cabe que los anglicismos, es decir, las palabras que provienen del inglés, son los conceptos que en mayor número estamos incorporando desde principios del siglo XX, como el resto del planeta, ya que la primacía geopolítica es evidente. Supongo que muy pronto comenzaremos a importar palabras chinas.
Pues bien, como cualquier moda o nueva forma de comunicación -aún no la hemos digerido- si se usa de modo correcto puede beneficiar a los ciudadanos en general, por su inmediatez y su riqueza comunicativa, no sólo por las propias palabras que se pueden enviar, sino también por sus iconos, fotografías, vídeos y mensajes de audio. Es sin duda una auténtica revolución, sobre todo porque es gratis o 'free' -terminarán aceptando este término igualmente, la RAE parece que va a tirar la casa por la ventana-. Al principio, este sistema proponía una irrisoria cuota anual que podía pagarse a través del móvil; sin embargo, si esperabas un par de días, el servicio volvía a reactivarse ('free-again'). Puede ser muy enriquecedora toda la información que podemos mandar y recibir al instante.
Por otra parte, la realidad puede ser bien distinta. Nos topamos con una alocada fauna que no respeta la ortografía, ni los signos de puntuación y existe un abusivo uso de las abreviaturas, hasta el punto de que algunos mensajes son verdaderas criptografías, y si uno no maneja muy bien esto de los iconitos podemos hallar un ameno jeroglífico, por ser un tanto plausible. O quizás nos encontremos ante el nacimiento de nuevos códigos de expresión que dirigirán el devenir de la sociedad. Esto suena un poco a ciencia ficción, puesto que los alumnos, los estudiantes, sea cual sea su nivel, los jóvenes en general, tienden a comunicarse principalmente con este método con el amigo o amiga que tienen a escasos metros de distancia. También reproducen todas las faltas de ortografía, que usan a través de los wasaps, en los exámenes o trabajos de clase y disminuyen por tanto su capacidad expresiva, ya que cuando se guasapea se tiende a reducirlo todo y se obvian matices y apreciaciones lógicamente, con el consecuente empobrecimiento de la lengua oral y escrita. En definitiva, mengua la riqueza expresiva total o parcialmente, pues no expresamos ni en cantidad, ni en calidad todo lo que sentimos o pensamos. A esto hay que añadirle las consabidas malinterpretaciones obvias y ambigüedades varias que van intrínsecas a todo este tinglado del wasapeo. Malinterpretaciones que han generado algunas disputas, peleas y divorcios, cómo no.
Como vemos, los adultos tampoco se libran de este galimatías babélico. Sabemos -los vemos- que hay muchos enganchados a todo esto y rehúsan otro tipo de comunicación, por ejemplo el correo electrónico, ya no nos referimos a las cartas de sobre, sello y buzón, que pasaron tristemente a la historia. Nos los encontramos en cafeterías, en el autobús, por la calle, en las salas de espera, y en las colas del banco, de la tienda y del paro. Cualquier momento es bueno para guasapear, incluso caminando. Otros se centran en el otro extremo y envían un mensaje al año, eso sí, con la vecina o vecino o el amigo íntimo, pueden enviarse docenas al día. Son estos los que despectivamente dicen que no lo usan. Por otro lado, se encuentran los que envían al día montones de fotografías y vídeos, a diestro y siniestro. Uno los recibe de diferentes amigos-as, por esto de la globalización, oiga, que todos pensamos y hacemos lo mismo, y llega uno a saturarse de los mismos y repetitivos vídeos o fotografías, que volvemos a encontrarnos en las redes sociales, incluso en las noticias de TV. Con lo cual se redistribuye la misma información una y otra vez por todos estos cauces, hasta aborregarnos y adoctrinarnos con los mismos lemas, las mismas apreciaciones y en definitiva con las mismas historias. Se trata, al fin y al cabo, de que haya otros que piensen por nosotros y dirijan nuestras opiniones, votos y semblantes por donde ellos deseen, esto es, alienación.
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Josemi Benítez
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
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