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LA TRIBUNA

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Una noche de insomnio, me poseyó una inspiración parecida a la de Mary Shelley cuando creó a su criatura. ¿Por qué no crear el político perfecto? Aquel que responda a las demandas reales de los ciudadanos y con el máximo grado de pureza posible?

PABLO ANTÓN

Domingo, 14 de diciembre 2014, 10:14

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No era capaz de conciliar el sueño. Esa noche era la última de un largo proceso que había consumido más de dos años de mi vida. Todo estaba preparado para arrancar mi experimento, lo tenía todo listo y calculado al milímetro, pero la incertidumbre del éxito siempre planeaba los días previos al inicio de cualquier experimento y los nervios daban paso al estrés y éste al insomnio.

Como no podía dormir, me dispuse a repasar mentalmente todo lo que había acontecido hasta el día de hoy y, como hacen los atletas antes de iniciar una prueba, a visualizar cada paso de la futura ejecución de mi experimento.

Todo empezó por mi hastío político. Los valores que sustentaban mi sociedad se estaban derrumbando lentamente y gran parte de la culpa de ese deterioro, con más o menos razón, se lo achacaba a la clase política. Entonces, me vino la inspiración: ¿por qué no crear el político perfecto? Aquel que respondiese a las demandas reales de los ciudadanos y con el máximo grado de pureza posible. Quizá una inspiración parecida a la que poseyó a Mary Shelley en la noche en la que Lord Byron la retó a escribir un libro de terror y que originó la novela Frankenstein.

Y me puse manos a la obra. Mi hoja de ruta estaba marcada. Primero estudiaría los distintos modelos políticos para sacar lo mejor de cada uno, después desenterraría un cadáver del cementerio y tras un laborioso proceso de inducción neuronal, le traspasaría las mejores doctrinas políticas al fallecido.

Como tenía poco tiempo, sólo pude profundizar en el constructo teórico de los principales partidos de mi España querida y saqué y almacené lo que yo consideraba lo mejor de cada uno. Del PSOE me quedé con la defensa de lo derechos sociales, y su apuesta por ir ampliándolos (me llamó especialmente la atención el esfuerzo que hicieron para dignificar y normalizar la vida de un colectivo como el de los gays y lesbianas que históricamente fue castigado por la ignorancia y sinrazón de muchos). También rescaté el empeño desde esta formación política por preservar desde lo público los 4 pilares de la sociedad del bienestar: educación, sanidad, trabajo y pensiones.

Del Partido Popular, aunque me di cuenta de que compartía muchas de las tesis del PSOE, me fijé en su firme defensa de las libertades individuales; aunque siempre comprendí que la igualdad de oportunidades era la base para el crecimiento sano de una sociedad y la única manera real de luchar contra la desigualdad, nunca entendí a ésta sin el contrapeso de la libertad. Es verdad que igualdad y libertad son dos fuerzas que rivalizan (cuanta más igualdad, menos libertad y viceversa) pero también es cierto que una persona, teniendo la misma igualdad de oportunidades que el resto, debería tener además plena libertad para poder prosperar según su esfuerzo y su propio mérito. De Izquierda Unida siempre valoré la incondicional dedicación de sus afiliados por las minorías, por esa gente que al no tener recursos se les hace muy difícil que su voz sea escuchada; los inmigrantes, los desahuciados y los más castigados por la pobreza siempre tuvieron un refugio en este partido. Y con respecto a los neófitos de Podemos sustraje de ellos su fuerza y empuje en la tarea de regenerar las reglas del juego de nuestra democracia que, aunque nueva, sufre ya de cierta arteriosclerosis funcional. Entre sus propuesta rescaté la de dotar de mayor participación a los propios ciudadanos en la vida política y pública, la austeridad y humildad en el comportamiento y manifestación de la clase política y la intolerancia absoluta ante los casos de corrupción y a los abusos de poder.

Después vino lo peor, desenterrar un muerto y trasladarlo a mi casa sin que nadie me viese y sin levantar la más mínima sospecha. Fue duro y desagradable, pero lo logré. Mi cadáver esperaba volver a la vida para convertirse en el nuevo líder que cambiaría los designios de mi país y recuperar la confianza de sus ciudadanos.

Una vez seleccionado todo este conocimiento y almacenado en mi máquina de transmisión neurológica y mi muerto preparado y dispuesto, ha llegado por fin el momento. Son las 7 de la mañana, La hora cero arranca en este preciso instante. Me dispongo a dar vida a este súper político. Conecto los 9 sensores cerebrales, cada uno en su sitio exacto, y con mi mano temblorosa acerco mi dedo índice al enter del ordenador. Allá voy.

Tras 32 segundos de quietud y de un silencio casi doloroso, mi pigmalión se incorpora en la camilla y con gesto de sorpresa arquea sus cejas pidiéndome quizá que le dijera algo.

Con los ojos llorosos de emoción y sin apenas saliva, le pregunto:

-«¿Qué te gustaría ser?»

Sin parpadear y con gesto frío, responde:

-«Yo estoy a entera disposición de lo que quiera mi partido y ocuparé el cargo que se me designe, de todos modos, ahora no toca hablar de esto, siguiente pregunta, por favor».

Otro experimento fallido.

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