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LA TRIBUNA

Gibraltar: sentimiento y disfraz

La Constitución gibraltareña es clave para la pretendida cuadratura del círculo: cumplir con Utrecht y la ONU. Como otras anteriores, es fruto del encaje en los tiempos actuales de la plaza militarizada, cuyo gobernador tiene poderes omnímodos de la Corona

JOSÉ E. HERRAIZ GIL / CLUB LIBERAL 1812 DE MÁLAGA

Lunes, 10 de noviembre 2014, 12:36

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No son casuales las provocaciones en torno a Gibraltar, tras décadas de cesiones españolas coronadas por los Acuerdos de Córdoba (2006), ni las prisas de Londres por convencer de que Gibraltar es un pueblo-nación-Estado. Ambos actúan coordinados por una estrategia común: el uso de la plaza de la forma más lucrativa para los residentes y menos costosa para el Reino Unido. Y si este abandona la UE, hay que solucionar la papeleta de Gibraltar.

Gibraltar, deseada por Cromwell como base corsaria (1654), por el Tratado de Utrecht (1713) se convirtió en centro del eje inglés de control comercial mediterráneo-atlántico: Menorca-Gibraltar-Tenerife. Menorca se recuperó (1782) y en Tenerife (1797), Nelson sólo consiguió perder un brazo. Su menguado interés militar es compensado como centro de espionaje para el club anglosajón (EE UU, RU, Australia, N. Zelanda y Canadá), mayoría permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

España tiene tres buenas cartas: dos jurídicas, el Tratado de Utrecht y las reiteradas resoluciones de descolonización de la ONU; y una geopolítica, la dependencia de Gibraltar por tierra. También tiene la peor: sus gobernantes no saben o quieren jugarlas.

En el siglo XVIII, Felipe V aceptó lo negociado por su abuelo Luis XIV en Utrecht, creando en Gibraltar un obstáculo a alianzas anglo-españolas antifrancesas. Los borbónicos pactos de familia produjeron sólo costosos e inútiles asedios al Peñón.

Desde el siglo XIX, los intereses dinásticos o de partido han llevado a España a carecer de iniciativa, con soluciones cortoplacistas, indolentes o víctimas de su debilidad momentánea. Un ejemplo: tras la boda de Alfonso XIII con la Reina Victoria Eugenia, los ingleses levantan la actual verja (1908) «sin pretensiones soberanas», dijeron. En la Guerra Civil (1938) es aprobado el aeropuerto, cuyo lado norte es dicha verja.

En el siglo XX encontramos la excepción: el éxito del ministro Castiella en la ONU (1964). España aprovechó el único error británico: meter al Peñón en la lista de territorios a descolonizar de la ONU (1945).

La estrategia del RU es largoplacista de control financiero global, está provista de medios sólidos y tácticas proactivas amoldadas a cada momento histórico. En el actual, que ya dura 50 años, toca disfrazar a Gibraltar de pueblo con derecho a autodeterminación, según doctrina de la ONU. Pero el objetivo real es ganar sentimentalmente a los residentes en el Peñón contra España. Pompas constitucionales y fiestas nacionales gibraltareñas ayudan. Mientras, animan a España a hacer concesiones para seducir a sus vecinos (woo the Gibraltarians!). El RU divide, y vence su 'Pax Britannica'.

La Constitución gibraltareña (2006) es clave para la pretendida cuadratura del círculo: cumplir con Utrecht y la ONU. Como otras anteriores, es fruto del encaje en los tiempos actuales de la plaza militarizada, cuyo gobernador militar tiene poderes omnímodos de la Corona.

Así, el gobernador puede legislar y denegar (previa consulta obligatoria a Londres) la aprobación de iniciativas legales gibraltareñas cuando lo requieran la paz, el orden o las «obligaciones internacionales»... ¡Ay Utrecht! El poder ejecutivo es delegado por Londres al gobernador o al Consejo de Ministros (funcionarios ingleses con otro nombre). El judicial tiene en su última instancia al Tribunal de Apelaciones, constituido por jueces ingleses que viajan a Gibraltar tres veces al año. La jefatura de Estado: Isabel II, ahora sólo como Reina de Gibraltar. Acuñan libras y emiten sellos sólo con dicho título ilegítimo, porque la cesión se hizo sin soberanía. Gibraltar pretende ser un 'demo' sin 'cracia'.

Para la ONU los residentes gibraltareños no tienen derecho a autodeterminación. La causa es la militarización del enclave: la población autóctona huyó con sus derechos civiles, recogidos en el Fuero de Antequera, a San Roque o se diluyó con el diseño poblacional militar inglés. Un derecho civil básico como el de residencia se acomodaba al alza o la baja a las necesidades militares. Se auditaban los informes poblacionales del gobernador, que recordaba que no habría libertades políticas de otras colonias. Hasta 1956 podía denegar el derecho de residencia incluso a nacidos en la plaza. Derecho enervable si el sujeto era incorrecto con Su Majestad.

Londres busca autosuficiencia económica tras haber conseguido un entorno estable por tierra, mar y aire. De ahí la secular tolerancia al contrabando, y una simbólica fiscalidad. Margaret Thacher lo tenía claro: Turismo, finanzas y construcción. Pero necesitaba la verja abierta, porque la colonia se hundía económicamente en los 70. España no se hace fuerte en la negociación para la OTAN y la CEE y cede (1982). Después se cree lo de 'woo the Gibraltarians!' y ayuda al desarrollo económico del Peñón en vez de centrarse en el Campo de Gibraltar a cambio de vacías promesas de soberanía, si los ahora ricos gibraltareños quieren. Su PIB ha crecido más de un 400% desde 1983.

No existen inversiones estratégicas desde la refinería (1967) ejecutada en el marco del Plan de Desarrollo del Campo de Gibraltar, abandonado con la democracia. Sin medios, un marco legal y fiscal competitivos a este lado de la verja, es difícil crear oportunidades en el Campo de Gibraltar.

Soluciones, múltiples. Destacamos la generosa oferta de Castiella (1966) injustamente silenciada en España, y dinamitada por el RU por ser seductora al partido gibraltareño de los Palomos, que fue perseguido. Y la de cosoberanía (1997) germinada por liberales ingleses y españoles en 'Un régimen de soberanía conjunta' (1985). Pero el RU no quiere devolver la colonia, y si España le toca los bigotes a EE UU, se lo ponemos más fácil.

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