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EL MIRADOR

Sí, contaremos yo vi aquello

Ya es parte de la leyenda; y hay que resistirse al fatalismo irredento español de saborear los fracasos

TEODORO LEÓN GROSS

Martes, 24 de junio 2014, 12:30

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Todo el mundo, decía Napoleón, acude en socorro del vencedor. Tras la victoria no falta nadie al besamanos, pero las derrotas son huérfanas. A la Roja ahora le queda lejos el desfile de la gloria en el autobús panorámico aclamando a los héroes como a los generales romanos tras el triunfo, venerados como dioses a los que difícilmente se les podía recordar que eran mortales. En la derrota, un ominoso vacío se extiende alrededor. España ha puesto fin a un ciclo glorioso con un fracaso gris tras la victoria de oficio ante un equipo sin nombre. Pero, como escribió Calderón, que conoció la miel y la hiel, 'caer no ha de quitar la gloria de haber subido'. Para desplomarse desde el Olimpo hay que haber llegado antes allí. La Roja se ha ganado su sitio en la Historia; y es el momento de hacerle justicia aunque en España, que según la leyenda podía ser atravesada de punta a punta por una ardilla sin tocar suelo, la tradición sea hacer leña del árbol caído.

Es envidiable la pasión americana de los Hall of Fame, esos memoriales del baseball o el basket donde recuerdan, con el formato de un museo, los días de gloria: 'Honor the heroes, celebrate excellence'. Los niños se saben la anotación de Chamberlain, los jonrones de Babe Ruth con los Yankees, el field goal de 63 yardas lograda por el pateador sin dedos Dempsey, la maldición de los Cubs y la cabra, el draft de O. J. Simpson. Contra la idea de Cajal de que la gloria es un aplazamiento del olvido; esos museos vacunan contra la desmemoria. Este ciclo de España, con una autoestima en desuso casi desde Lepanto, se ha ganado ese derecho: «yo viví aquellos años, en la primera década del siglo XXI, ¡tres títulos consecutivos! nadie lo había hecho, ni el Brasil de Pelé ni la Alemania del káiser, y nadie ha podido repetirlo». Esto ya forma parte de la leyenda con mayúsculas; y hay que resistirse al fatalismo irredento español de entregarse a saborear el trago amargo del fracaso.

En Estados Unidos se mantiene la costumbre honorable de tributar ovaciones en los estadios a las viejas glorias nacionales en sus campañas crepusculares, como Joe Montana o Abdul-Jabbar; en España hay gente como Raúl y otros fenómenos maltratados con aspereza en sus decadencias. Al menos esta generación de futbolistas, Casillas, Iniesta, Xavi, Villa... debería salir por la puerta grande, no por los desagües del rencor. La caída ha sido dura porque el éxito en grandes dosis, como dice Balzac en la Comedia Humana, tiende a ser un veneno. España va a pagar el peaje de haber acostumbrado a la gente a ganar. Ahora no se trata de regalarse mentiras balsámicas, con epítetos olímpicos de Píndaro, para ocultar el fin del ciclo, pero sí de dar un tributo justo a quienes acabaron con la leyenda negra de octavos. No sólo han hecho sentirse ganador al país, sino algo más, olvidar que siempre fue perdedor.

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