Borrar
El aspecto, ayer, de La Rambla con los cubos de hormigón que se instalaron para proteger el bulevar tras los atentados del 17-A. :: Marceláli Saenz
«Los turistas no tienen memoria»

«Los turistas no tienen memoria»

Un año después de los atentados en La Rambla nada recuerda la masacre, más allá de los bolardos que cierran el paseo

MELCHOR SÁIZ-PARDO

BARCELONA.

Jueves, 16 de agosto 2018, 00:11

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«Los turistas no tienen memoria». Cinco palabras le bastan a José Moyá para retratar, con una fidelidad que asusta, la realidad con la que convive cada día: la de ver a miles de personas paseando por La Rambla de Barcelona totalmente ajenas a lo que ocurrió hace un año. Moyá, sin embargo, no podrá olvidar nunca lo que tantos turistas no recuerdan. Él estaba allí a las 16:57 horas de aquel jueves 17 de agosto de 2017. Estaba en la puerta de su puesto de flores, el Moyashop, en el número 11 del bulevar, casi frente al mercado de La Boquería. «La furgoneta -rememora- me pasó a menos de un metro tras llevarse por delante uno de mis expositores».

Sus palabras, aunque él dice que entiende que la «vida sigue», tienen cierto tono de reproche a los que pasan sin dedicar un simple pensamiento a las 16 personas asesinadas por la furgoneta de Younes Abouyaaqoub. «Solo los primeros días, cuando esto se convirtió en un altar improvisado, la gente se paraba. Luego, cuando desaparecieron las flores, todo volvió a la normalidad, como si nada hubiera ocurrido», relata Moyá mientras despacha pequeños cactus, producto estrella de su puesto.

«Es una sensación extraña seguir trabajando aquí. A veces, cuando estoy en la faena, todavía me vienen a la mente los sonidos de los golpes secos de los atropellos. Me veo mirando hacia un lado al tiempo que el panel blanco de la furgoneta se me viene encima. A veces parece que fue ayer. Pero otras veces, cuando observas el bullicio, parece que ocurrió hace más de diez años», abunda el florista, que recuerda como «La Rambla fue como cortada por un puñal» al paso de la furgoneta.

«Todavía me vienen los sonidos de los golpes secos de los atropellos», recuerda un dependiente«Cuando esto se convirtió en un altar, la gente se paraba. Luego todo volvió a la normalidad»

Esa rambla bulle mientras José Moyá, absorto en los recuerdos, cuenta cómo ayudó a una pareja de ancianos (él, en silla de ruedas) aquel fatídico jueves y cómo cerró su puesto de flores para convertirlo en refugio de los heridos. A solo unos metros de su tienda un guía explica a un grupo de estudiantes de Wisconsin el trabajo de Joan Miró. Los jóvenes norteamericanos están justo encima del famoso mural del artista catalán. Es el lugar exacto en el que la furgoneta de Abouyaaqoub terminó su carrera asesina tras recorrer en zigzag 530 metros de La Rambla. El guía se vuelca en las explicaciones sobre Miró, pero ni una palabra del 17-A. «Esto es un 'tour' turístico, disculpa. No vienen a hacer un 'tour' del atentado», apunta con malas formas al periodista. De la veintena de estudiantes estadounidenses, a solo dos chicas, Nancy y Estella, les suena que en Barcelona hubo hace un año un atentado yihadista, pero ni idea de que fue exactamente aquí.

Una improvisada encuesta no es más halagüeña. De las 15 personas escogidas al azar, solo tres -un italiano, un alemán y una francesa- son conscientes de que pisan la acera en la que fueron atropelladas más de un centenar de personas. Al resto, les suena a chino.

El eco del 17-A

«Aquí nadie se acuerda. O casi nadie. Solo cuando hay un ruido fuerte, como el de un camión de la basura o alguien tirando vidrios en un contenedor, ves que alguno se asusta demasiado, pero eso es todo», relata David Pont, dependiente en un puesto de 'souvenirs'. «Los turistas no piensan en eso. Yo diría que, incluso, hay más gente por aquí que el año pasado», afirma Pont mientras el continuo ruido de las maletas traqueteando sobre la acera casi impide escuchar sus palabras. Pont, como la gran mayoría de los dependientes de la zona (con contratos temporales), no estaba el 17-A.

Sin apenas testigos y sin una placa en memoria de los fallecidos, solo algún coche de los Mossos atravesado en La Rambla y los bolardos que el ayuntamiento colocó a los pocos días de la masacre recuerdan lo ocurrido. Quince cubos de hormigón blanco y doce pivotes de metal barrean el acceso desde la plaza de Cataluña, el lugar escogido por el terrorista para entrar en bulevar. En dos de esos pivotes alguien ha escrito en inglés y castellano: «Too late». «Demasiado tarde».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios