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La reina del mambo

La reina del mambo

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

Domingo, 10 de diciembre 2017, 00:19

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La nueva izquierda presenta, como se sabe, una hiperinflación teórica de abuelos. Entre todos ellos, ninguno causa una simpatía tan inmediata como el bisabuelo de Anna Gabriel: un minero de la CNT que en un momento de cierta confusión histórica pensó que el advenimiento del comunismo libertario había tenido lugar justo en su pueblo del Bajo Llobregat. Y salió a la plaza a quemar dinero. El suyo, concretamente. Ese detalle garantizó la posteridad de la anécdota y le ocasionó algunos problemas con su esposa. Aquella mujer no tenía, sin embargo, el menor rasgo contrarrevolucionario. Es algo imposible en la genealogía Gabriel. La bisabuela debía de ser solo un poco más sensata que su marido.

Anna Gabriel sitúa siempre a su familia como el factor más determinante de su vida. Lo hace a su manera: «Yo soy un producto de la clase trabajadora donde he nacido». A continuación, no describe tanto una clase como una casa: un hogar altamente ideologizado, entre el anarquismo y el PSUC, en el que la revolución se traducía en valores serios, casi conservadores, como la honestidad, la responsabilidad y el esfuerzo. De pequeña, Anna Gabriel sacaba buenas notas, pero no porque fuese inteligente o le gustase estudiar, sino porque no quería añadir un problema más a una familia en la que se peleaba duro para salir adelante.

De aquellos años recuerda lo que le decían sus mayores: «Siempre la cabeza alta». Es probable que eso resuelva uno de los misterios posturales del 'procés'. En las votaciones decisivas, en las reuniones en las que estaba en juego el cuello de Artur Mas o el apoyo a los Presupuestos del Govern, cuando palidecían caras en Esquerra y el PDeCAT, Anna Gabriel iba tan derecha, llevaba el mentón tan alto, sonreía de un modo tan manifiesto que parecía una gimnasta entrando en el tapiz.

«Gabriel encuentra en la ideología la respuesta a cada pregunta. También a la de qué camiseta escoger cada mañana»

El gesto tenía algo de subrayado cínico. La CUP, una candidatura municipalista y antisistema, llegó en 2012 al Parlament con un solo objetivo: tutelar el 'procés'. En 2015 triplicaron sus apoyos y se hicieron imprescindibles. Podían enseñarle a Junts pel Sí el abismo que se abría ante ellos sin el apoyo, frecuentemente escrupuloso, de seis de sus diez diputados. Anna Gabriel se convirtió entonces en el rostro visible de la candidatura. Lo hizo sustituyendo a Antonio Baños, que había sustituido a su vez a David Fernández. La CUP evita los personalismos y sus cargos son efímeros. Los partidos clásicos menosprecian por sistema al partido antisistema, pero deberían envidiarle su capacidad de generar portavoces solventes.

Existe una sublimación del poder que consiste en tener poder sobre los que mandan. Anna Gabriel lo ha experimentado durante dos años. Es difícil calcular lo que puede eso suponer para alguien que lleva militando desde la adolescencia y encuentra en la ideología la respuesta a cada pregunta. También a la de qué camiseta escoger cada mañana.

Tras la aprobación de la Ley de Transitoriedad, la CUP sacó un vídeo en el que las caras visibles de la formación empujaban una furgoneta, símbolo del 'procés', hasta despeñarla por un barranco. El tono de la escena rozaba el sarcasmo. «¿Eso es Ítaca?», preguntaba Quim Arrufat, robándole la metáfora a Artur Mas. «No, eso es un barranco», le contestaba Eulàlia Reguant. Cuando Arrufat preguntaba qué harían ahora, aparecía Anna Gabriel más sonriente que nunca: «Ahora comienza el mambo». Puede que lo ocurrido desde entonces no le haya sorprendido. Este verano reconocía que la desconexión con España quizá fuese imposible. Antes había explicado que la independencia no era para ella cambiar de bandera, sino cambiarlo todo. Tal vez el mambo consistía en ir rompiéndolo todo un poco.

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