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Sin peso en el partido pero a la sombra de Rajoy

Intentó acercarse a Casado, pero el líder del PP recelaba de su paso por Interior y prescindió de su colaboración Jorge Fernández Díaz Exministro del Interior

RAMÓN GORRIARÁN

MADRID.

Sábado, 19 de septiembre 2020, 00:01

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Jorge Fernández Díaz acredita una dilatada carrera política que se remonta a 1978. Sus mejores años, entre 1996 y 2016, los vivió a la sombra de Mariano Rajoy, al que acompañó como secretario de Estado en los Ministerios de Administraciones Públicas, Educación y Presidencia, y desde 2011 como ministro del Interior. Pero con este notable currículum nunca fue un peso pesado, ni siquiera mediano, dentro del PP.

Jorge y su hermano Alberto eran los Fernández en la política catalana de los ochenta y noventa. Controlaban al milímetro el partido, primero como Alianza Popular y después PP. Eran la línea moderada frente al antinacionalismo descarnado de Alejo Vidal-Quadras. Gracias a aquella templanza, se hizo con una buena agenda de amistades nacionalistas, en la que Jordi Pujol y Artur Mas ocupaban un lugar destacado. Aquellos afectos fueron muy útiles para engrasar en 1996 el pacto del Majestic entre José María Aznar y CiU.

Labor que tuvo premio en forma de Secretaría de Estado en Administraciones Públicas. El ministro era Rajoy. No eran amigos, y es que el expresidente del Gobierno no es de amigos políticos. Pero el roce hace el cariño, y Fernández Díaz ya no abandonaría la sombra de Rajoy. «Leal hasta el infinito», «se lo consultaba todo», «no hacía nada a sus espaldas». Tres comentarios de otros tantos compañeros de aquellos Consejos de Ministros.

Una cercanía que no aprovechó para hacerse un sitio en el partido. Siempre prestó más atención a su corralito catalán que a los movimientos en la calle Génova. Total, su jefe era el jefe del PP. No participó en intrigas de partido, pero sí en las de Gobierno dentro del llamado G-7, un grupo de ministros veteranos enfrentados a la entonces vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

Quizá por esos enredos u otros asuntos 'non sanctos' no acabó bien con Rajoy. No esperaba ser destituido en noviembre de 2016, y se lo confesó con amargura a su amigo José Manuel García-Margallo, también despedido ese día. «He sido leal como nadie», se quejaba sin entender nada mientras comían unos callos.

Como consolación, Rajoy le ofreció presidir la comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, un regalo frustrado por la oposición, y se conformó con la irrelevante comisión de Peticiones.

Firmó con otros exministros una carta de apoyo a la candidatura de Pablo Casado en el proceso sucesorio. Hubiera respaldado a la mula Francis antes que a Sáenz de Santamaría. Pero el gesto no le sirvió para hacerse un hueco a la sombra del nuevo líder del partido. No pudo revalidar su escaño por Barcelona en las elecciones de abril del año pasado porque Cayetana Álvarez de Toledo lideraba la lista y giró el pulgar hacia abajo. Tampoco encontró acomodo, aunque lo peleó, en las candidaturas para el Parlamento Europeo.

Tras cuatro décadas de carrera política con la UCD, el CDS, Alianza Popular y el PP, se quedó en la calle. El político educado y dialogante para unos, frío y duro, para otros, se encontró sin asideros políticos para hacer frente a la tormenta de su vida, la de la operación Kitchen. «No sé de qué me habla», dijo hace poco sobre la trama policial.

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