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La Infanta Cristina abandona su domicilio de Ginebra en febrero del año pasado. :: José Reina / efe
La pena de la infanta Cristina

La pena de la infanta Cristina

Obsesionada con proteger a sus hijos, la hermana del Rey mantendrá su residencia en Ginebra, donde estudian Miguel e Irene Absuelta en los tribunales, no podrá librarse de la condena mediática cuando visite a su marido en prisión

MARÍA EUGENIA ALONSO

MADRID.

Jueves, 14 de junio 2018, 00:04

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Las alarmas saltaron en julio de 2013. La imagen de Juan Valentín, el hijo mayor de los entonces duques de Palma, llorando desconsolado mientras se dirigía, en el asiento trasero de un coche, al aeropuerto tras pasar unos días en Marivent con sus abuelos y primos, abrió los ojos a la Casa Real. También a la infanta Cristina, hasta entonces más preocupada de sostener el ánimo de Iñaki Urdangarin que de sus hijos. Aquella escena cambió muchas cosas. La hija de don Juan Carlos dejó de ser esposa para centrarse en el papel de madre. Y desde Zarzuela se lanzó un mensaje claro y alto: nada de fotografiar a los niños Urdangarin-Borbón si en el encuadre no aparece un adulto de la Familia Real.

En el verano de 2013 el 'caso Nóos' estaba en todo su esplendor. Raro era el día en que no se filtraba un correo electrónico a la prensa o se descubría un nuevo escándalo que minaba la moral de Urdangarin al tiempo que la infanta se protegía tras una coraza infranqueable. Desde la Casa Real se le había pedido por activa y pasiva que rompiera su matrimonio. Ella se encastilló, incluso cuando descubrió, por una de esas filtraciones, que su marido le pudo haber sido infiel. Nada. Ella era quien sostenía a la familia. Pero aquella imagen, ver a Juan Valentín destrozado, la hundió.

Así que, solución, la familia al completo dejó el palacete de Pedralbes, al que habían vuelto desde Washintong para preparar la defensa de Urdangarin, y se mudó a Ginebra. Allí, en Suiza, en un apartamento de doce dormitorios, sin servicio doméstico interno, sólo una asistenta que va por horas; con tres escoltas del Ministerio del Interior -que aún hoy mantiene, pese al relevo en la Corona-, la familia encontró la paz. También un sustento de vida. La Fundación Agá-Khan creó un trabajo hecho a la medida de doña Cristina, por el que, se dice, percibe más de 350.000 euros anuales. Los niños, por fin, podían ir al colegio sin ser señalados por la calle. El escándalo Nóos cogió a Juan Valentín, Pablo Nicolás, Miguel e Irene siendo unos niños. Difícil explicar por qué, de la noche a la mañana, su vida de rosas se había convertido en un camino de espinas.

Sin título ni familia

Una vez en Suiza la familia empezó a recomponerse. Urdangarin mataba el tiempo haciendo deporte y cocinando. Los niños volvían a sonreír. La infanta, no. Apartada de la Familia Real, más tarde despojada del título de duquesa, doña Cristina se vino abajo. No lograba entender por qué le estaba pasando aquello, nunca llegó a asimilar, ni ahora, la realidad. Absuelta por los tribunales, se prepara para cumplir la pena de verse en el medio del foco mediático cuando visite a su marido en la cárcel.

Desde que la Audiencia de Palma condenó a Urdangarin, no ha dejado de especularse con la posibilidad de que doña Cristina y sus hijos dejen Ginebra y se instalen en Lisboa (si Urdangarin elige prisión extremeña) o Madrid (si se decide por Ávila). Pero, y más después de la lluvia de descalificaciones que recibió el exduque de Palma tras recibir el mandamiento de prisión, cobra fuerza la versión de que la infanta continúe en Suiza. Allí, pese a todo, sus hijos gozan de la intimidad y protección de que carecieron en su última etapa en Barcelona. Y allí está su trabajo, también su nuevo, y reducido, círculo de amistades. Juan Valentín, ya mayor de edad, acaba de regresar de Camboya como voluntario; Pablo Nicolás cursa en EE UU el último curso previo a la universidad y los dos pequeños, Miguel e Irene, estudian en un exclusivo colegio que paga don Juan Carlos.

La pena de la infanta Cristina continúa. Antes del lunes se despedirá del hombre por el que rompió con todo. En unos años Urdangarin saldrá de la cárcel, rehará su vida. La infanta, no. Su condena ya es de por vida, alejada de palacio, incomprendida, triste.

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