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Manifestantes ante la Consejería de Economía de la Generalitat, ayer, en Barcelona. :: ignacio pérez
«Aquí estamos haciendo historia»

«Aquí estamos haciendo historia»

Miles de personas se concentran horas ante la consejería de Economía en protesta por la operación de la Guardia Civil

CARLOS BENITO

Jueves, 21 de septiembre 2017, 00:57

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barcelona. A primera vista, la concentración ante la Consejería de Economía de la Generalitat recordaba poderosamente a la Diada de nueve días antes: se celebraba en la misma zona de Barcelona, el entorno de la Plaza de Cataluña, y seguramente esas esteladas que ondeaban sobre la multitud lo hicieron también en la manifestación masiva de la semana pasada. Incluso, de vez en cuando, brotaba en los cánticos y consignas un eco del talante festivo de aquella otra ocasión. Pero, mientras que en la Diada se apreciaba un optimismo casi cándido, como si la independencia fuese un asunto ya consumado, ayer dominaba en las declaraciones la rabia y también cierta sorpresa ante una operación policial que muchos parecían no esperarse.

La concentración comenzó por la mañana, de forma espontánea, después de que la Guardia Civil iniciase el registro de la consejería, pero adquirió un carácter organizado horas más tarde, cuando el presidente de la Asamblea Nacional Catalana animó a acudir al cruce de la Rambla de Cataluña con la Gran Vía, cerrada al tráfico para la ocasión. Miles de personas respondieron a la llamada: era una muchedumbre dispuesta de forma vagamente concéntrica, con el núcleo situado en la puerta de la consejería, donde varios jóvenes se habían subido a los coches de la Guardia Civil y los habían cubierto de banderas y pancartas. Desde allí se transmitían sensaciones hacia la periferia de la concentración, unas afueras en las que la gente rompía a silbar o aplaudir sin saber muy bien qué estaba pasando en el cogollo de la acción. Sonaban gritos de 'votarem' y de 'independència', cánticos de 'fora, fora, fora la bandera espanyola' y de 'hoy comienza nuestra independencia', y se veían carteles de lo más variado, desde la figura de un inquisidor con la cara de Rajoy hasta citas motivadoras como 'si luchas, puedes perder; si no luchas, estás perdido'.

«Yo soy independentista, pero, para mí, las esteladas están de sobra aquí. Hoy lo que procede es la 'senyera', porque se reivindica el derecho a la democracia», argumentaba Amadeo Nebot, un «diablo viejo» de la movilización que no compartía ese 'shock' de algunos ante la operación policial. «Es que a España ya no le quedan muchas cosas que hacer. Habiendo corrido delante de los 'grises' y de los tricornios, yo creo que esto se va a agravar, pero las manifestaciones no van a parar y quizá se llegue a una huelga general», pronosticaba. Entre los participantes en la protesta, reinaba la sensación de que la jornada de ayer marcaba un punto de inflexión en las conciencias, porque movilizaría en favor del referéndum a muchos reacios.

«El Gobierno de Rajoy se ha convertido en una fábrica de independentistas», resumía Pedro Ruiz, otro veterano que había venido de Esplugues con su barretina.

«Por caminos tortuosos»

Subida a una silla en la terraza de uno de los bares de las Ramblas, inutilizada ayer para la hostelería, Angels Salvador coreaba con particular intensidad esos mensajes de paz. «Yo vengo aquí a apoyar la dignidad de un pueblo y a defender lo que siento -decía-. Confío en que el 1-O podamos votar, de la manera que sea, por caminos quizá tortuosos». La perspectiva de la jornada del referéndum parecía menos nítida que en días anteriores, cuando se hablaba de ella con el aplomo de lo inevitable, pero la voluntad de votar era la misma: «Por nuestro lado no nos vamos a mover. ¿Por la otra parte? No sé, pueden entrar los tanques, aunque igual se dan cuenta de que la están cagando mucho. Están creando conciencia de nación», planteaba Joaquim Poblet, desplazado desde Sitges. «Vamos a votar. No seremos suficientes como para representar al 50% de la población, pero yo creo que dentro de cinco años seremos independientes», calculaba Dolors Baget, que hasta ayer solo había acudido a una manifestación en favor de la independencia: «Hoy sí, porque me revienta esa forma de actuar tan autoritaria».

El señor airado que mostraba a las cámaras un cartelito de 'Spaniards go home' compartía espacio con Marc Oller, un joven barbudo que había añadido un corazón a la estrella de su bandera. «Hay que afrontar esto con amor y paz», defendía Marc, un admirable campeón del idealismo: «Siento mucha pena, porque lo de hoy recuerda los tiempos de la dictadura. Hemos perdido la libertad de expresión y también se ha enturbiado la hermandad que sentíamos con buena parte de España». ¿Cómo? «No hay ni un atisbo de mal rollo ni acritud con los españoles», insistía. En realidad, algún atisbo sí hubo: un par de equipos de televisión se vieron rodeados por corros de manifestantes que les gritaban 'prensa española, manipuladora'.

Al final de la tarde, la protesta había adquirido ya la consistencia de una manifestación al uso. Se había instalado megafonía e incluso habían pasado dos furgonetas, a través de un carril acordonado por voluntarios de la Asamblea Nacional Catalana, cargadas con el material necesario para montar un escenario. En el núcleo hirviente de la manifestación, nadie parecía dispuesto a marcharse, y gritaban a los guardias que no iban a poder irse de allí en sus vehículos. Hasta Lluís Llach andaba por allí. En la periferia, cada vez más apretada, no dejaba de llegar gente, que se sacaba fotos ante la panorámica de cabezas y esteladas. Una chica hablaba por teléfono con una amiga, animándola a acudir: «Ven -le decía-, aquí estamos haciendo historia».

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