Borrar
Ortega Smith, a su llegada -tarde- ayer al Tribunal Supremo. :: ballesteros / efe
La caballería de Vox  llega tarde y se pierde la declaración de Cuixart

La caballería de Vox llega tarde y se pierde la declaración de Cuixart

Con Torra en primera fila, Junqueras busca su mirada sin encontrarla, mientras el líder de Òmniun exclama «hostias» para desagrado del juez Marchena

DOMÉNICO CHIAPPE

Miércoles, 27 de febrero 2019, 00:10

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

madrid. El juicio del 'procés' se retomó ayer a las 9:30 horas, media hora antes de lo acostumbrado. El juez dijo su habitual «buenos días» y la puerta de acceso se cerró. Los dos asientos de Vox, al lado de la Abogacía del Estado, quedaron vacíos. Carme Forcadell, de elegante blanco y sonrisa triste, saludaba con la mano totalmente volteada en su asiento. Algo parecía querer decir a alguien del público, y durante el juicio se giraba varias veces más con cierta melancolía.

Entraba mucho público pero Ortega Smith, que ejerce la acusación particular en nombre de Vox, no llegó ni siquiera con la oleada identificada como «PB» por la seguridad del recinto y que parecían salidos de un aula de primero de Universidad. Gente muy joven que se agrupó a la salida para ver pasar a los juzgados. Algunos recibieron marcados besos en las mejillas de parte de Jordi Cuixart, que hoy comparecía y tenía casi lágrimas al besar en la boca a su mujer en el primer receso.

Por la rotación de acusados, a Junqueras le tocó en el asiento lateral más próximo al público. El exvicepresidente es el único de los acusados que prefiere el asiento discreto tras los letrados. En primera fila estaba Torra. Aunque en los momentos de receso había lugar para los intercambios y los abrazos, ellos no alternaron, actitud disimulada por el tumulto de presos y abogados que se acercaban a recibir el cariño de los suyos. Solo media hora después de empezar, pasadas las 10, se produjo un insulso duelo. Junqueras miró con fijeza alternada varias veces a Torra. Ante la insistencia, Torra aparcó su pretendida ceguera y buscó sus ojos. El exvicepresidente volteó rápidamente la cabeza. Parecían dos tímidos desconocidos que algo quieren decirse en la solemnidad de la misa. El acusado empezó luego a escribir y Torra siguió mordiéndose los padrastros de sus pulgares. Sellaron así la paz. No volverían a mirarse.

A pesar de la desfachatez de Cuixart, que se dedicó a repetir las preguntas antes de responder, Torra no varió su adusto rictus. Ni cuando Cuixart dijo que la autodeterminación formaba «parte genética» de los catalanes, que «el franquismo también era un Estado de Derecho» o cuando rompía el relato separatista con un sutil «Cataluña y el resto de España».

A las 10:55 el juez reaccionó ante la exclamación «hostias», usada ya con anterioridad por Cuixart, que se reconoció como alguien «coloquial». Marchena le llamó la atención y ajustó una cuenta pendiente: usted no requiere usar ese lenguaje y demuestra con su perfecta expresión que conoce muy bien el español. Al empezar, Cuixart había dicho que lamentaba que no se respetara la idoneidad «lingüística» de su interrogatorio, aunque más tarde se reconoció «hijo de murciana», sin aludir a aquello de la lengua materna. A partir de esa regañina, el interrogado empleó un «ostras» que provocaba incomodidad en el público cada vez que la pronunciaba, aunque más tarde asintieron cuando, en la guerra de tuits de Òmnium entre la defensa y la Fiscalía, le explicó al fiscal lo que es un retuit.

'Mad men' en la corte

En la soledad del espejo, en el momento casi extático en que un individuo se aísla del resto, nada pronunciaba mientras se enjuagaba las manos y se agachaba para mojarse el rostro con el agua fría del tercer lavabo del baño de la planta baja de la sede del Supremo. El hombre que se aplicaba estas cachetadas líquidas es de espaldas anchas, camisa muy blanca bajo la toga, mentón pronunciado, cabello peinado hacia atrás con gomina y bajos del pantalón de longitud clásica, ajena a la actualidad de la moda. Aunque a primera vista, y de lejos, podría parecer Don Draper, protagonista de 'Mad men', extraviado fuera de su agencia de publicidad neoyorkina, se trataba de Ortega Smith, que solía llegar puntual, cruzando el escáner de seguridad media hora antes y dictando su número de DNI, «dos millones...», a la policía. Pero ayer no. Ayer tuvo que aguardar a que acabara el primer receso a las 12:30 para ocupar su sitio.

Con una banderita de España en su muñeca izquierda, Ortega asumió, como en otras sesiones, la posición del pensador de Rodin, con la mesa como apoyo en vez del muslo y la mano abierta como visera en la frente, en lugar de puño bajo la barbilla. Posición que encubría su constante consulta al móvil. Tal era su concentración que ni siquiera levantaba la vista, como hacía el resto de la sala, para mirar las pantallas cuando se presentaban pruebas. Ayer, que llegó tarde, es el último día que tendrá que callar. Hoy, cuando empiece el desfile de testigos, sí podrá hacer preguntas, que tendrán que ser respondidas. Entonces, quizás se aburra menos en el juicio al 'procés'.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios