UNA ALDEA LLAMADA BENABOLÁS
Pocos nombres han perdurado de la antigua y rica toponimia de la Tierra de Marbella, y los que quedan son meros testigos de una época ... y un paisaje muy diferentes del que heredamos de nuestros antepasados. Así, llamamos Benabolás a un arroyo sin pensar en su procedencia: una alquería de nuestro término municipal que, al igual que otras muchas, fue desmantelada por sus vecinos, obligados a marcharse ante la presión ejercida por los conquistadores que necesitaban sus tierras para repartirlas entre los nuevos pobladores.
Si bien nunca pude localizar con precisión el punto en que se alzaba el pueblo, las referencias que tengo, de finales del siglo XV, me indican que no estaba a orillas del mar, sino en plena montaña: «Benibolás e Magüeles en la cordillera, viniendo fazia la çibdad e fasta llegar a ella, que fueron alquerías e lugares abandonados», o lo que es lo mismo, la zona ocupada actualmente por las urbanizaciones Nueva Andalucía, El Rodeo y Puerto Banús. Un espacio constreñido por los dos ríos principales de Marbella, el Verde y el Guadaiza y, hacia el norte, por los términos de Esteril y Arboto, hoy inserto en el de Istán, por donde discurría parte del camino de Ronda.
Poco sabemos de sus moradores, salvo que se dedicaban a la ganadería y agricultura, en especial el cereal, con una producción suficiente para abastecer, además, las necesidades de Marbella. Se habla del alguacil, la figura política y económicamente más influyente; de propietarios de algunas hazas de tierras, «Alhaje Hoçayn, el Marytiní o Aben Becar», que se marchó a vivir a la Torre del Alhaquime, en la provincia de Cádiz. También conocemos la existencia de bienes de habices, distribuidos entre tierras de la «algima» -o lo que hoy llamamos comunales-, de los pobres, o de la mezquita que, al contrario de lo ocurrido en otros puntos del reino de Granada, no quedaron en manos de la Iglesia pues fueron repartidos entre los caballeros más destacados del ejército, tales como el conde de Ribadeo, Alonso de Villafuerte, la familia Cherino o el repostero real Suazo. Más tarde, algunas pasaron al mayorazgo de los Villegas y otras al hospital de la Encarnación, cuyo fundador, Alonso de Bazán, las había comprado a los descendientes de Vasco Benítez, y que fue conocida como «la haza del Hospital».
Las extensiones cultivables llegaban hasta la misma sierra, como las tierras de Mahomad Azuni, que estaban rodeadas de cerrillares, lo que indica un óptimo aprovechamiento del suelo. Sus propietarios eran de origen diverso ya que, además de los naturales, encontramos a personas avecindadas tanto en Marbella como en los pueblos de su entorno. Por citar un ejemplo, el istaní Hamet Algomerí poseía una tierra de pan llevar en Guadaiza, término de Benabolás, con una capacidad de cuatro cadahes de sembradura. Lindaba con El Serraní de Marbella y Benabud, de Tramores. El cadahe era una medida de peso utilizada asimismo para calcular la extensión de las tierras de secano y que equivaldría a media fanega, aunque no existe unanimidad sobre su valoración. El sistema empleado para una óptima producción de trigo y cebada de las tierras de pan llevar era el barbecho con una periodicidad de un año y para la limpieza y molturación del grano se construyeron un molino y algunas eras diseminadas por el término, especialmente en las proximidades del poblado, aunque pronto dejaron de usarse.
El regadío se extendía por las tierras próximas a los cursos fluviales, donde se construyeron azudes para encaminar sus aguas hacia las huertas mediante una red de acequias que, como las de Guadaiza, irrigaban los sembrados de hortalizas, morales y frutales de diferentes tipos.
Las cañadas reales tenían carácter público, eran comunes, libres y no se podían cercar pues estaban destinadas al tránsito de personas y ganados, en especial cuando los conducían a la dehesa propia de cada municipio, como la de Benabolás, situada en el pago de Almayara, también en Guadaiza, aprovechando las bellotas de su alcornocal.
En resumen, tratamos de una pequeña comunidad asentada en el piedemonte de Marbella que subsistía de la producción de sus campos y la explotación de los recursos del bosque; bien comunicada con las de su entorno y con unas estructuras sociales muy comunes en la época andalusí, donde hubiera sido impensable que ningún pueblo careciera de habices, tierras destinadas tanto al sustentamiento de sus dirigentes religiosos como al de los menos favorecidos.
La superposición de la cultura castellana sobre la musulmana, ha propiciado sustitución de nombres como Benaganí, Cotin, Asaresén, Caadila, Almeharaym o Almorín, por otros como Puerto Banús, Aloha, La Campana o Nueva Andalucía, de tal forma que sólo dos han quedado en nuestra geografía, y estos, vinculados casualmente con redes fluviales como el río de Guadaiza y el arroyo de Benabolás.
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