En 'Rapsodia gourmet', Muriel Barbery narra los últimos días de Pierre Arthens, ficticio y todopoderoso crítico gastronómico, y cómo, postrado en su cama, mientras la ... noticia de su muerte inminente se expande por París, recorre febril los cajones de la memoria en busca del bocado que más le había marcado, para terminar descubriendo que eran unos buñuelos de supermercado que comía siendo niño. La fábula de Barbery podría ayudarnos a dar un porqué a la proliferación de dulces de elaboración artesana, incluso de pasteleros y reposteros de prestigio, que incorporan galletas, chocolatinas y pastelitos industriales. Aparte de la aberración que constituye el que este tipo de productos se dirija (supuestamente) a un público infantil cuando sus ingredientes son lo opuesto a lo que se debe comer en la etapa de desarrollo, es indudable que también generan adicción entre personas en edad adulta.
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A algunos les ha dado tiempo a criarse comiendo galletas Oreo y recibiendo como premio huevos Kinder, pero ¿alguien en Esaña almacena como primer sabor placentero de la infancia las galletas Lotus? Pues además de cremas untables de supermercado, se hacen con ellas helados artesanos y tartas, y también los hay de Pantera Rosa y otros bollos. Está claro que introducir en un dulce o un helado artesano, único y de autor, ese tipo de chucherías tiene un efecto llamada sobre muchos clientes. Pero no deja de ser triste que un oficio tan complejo, tan técnico, que requiere una formación tan específica, tenga que recurrir a combinar meditadas creaciones personales con golosinas industriales, y eso sin mencionar la diferencia de calidad, sabor y elegancia en boca entre los ingredientes de una Nutella y los de una ganache de chocolate. La memoria es un factor fundamental en la configuración del sentido del gusto, pero da la sensación de que tenemos cada vez más dificultades para llegar a la madurez del paladar.
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