¡Una de caracoles!
Según los libros de Plinio segundo, se podían usar casi para cualquier cosa: para la cefalea, la diarrea, la inflamación amigdalar, etc
Inmaculada González-Molero
Lunes, 25 de enero 2016, 23:05
Dice un refrán que «comer callos y caracoles no es de señores». No sabemos si este refrán hará referencia a las circunstancias de hambre y ... al instinto de supervivencia que hace miles de años nos hicieron a los humanos tener que animarnos a consumir alimentos a priori tan poco atractivos como los caracoles, pero está claro que a día de hoy se siguen consumiendo y desde luego no por necesidad. Durante mucho tiempo se usaron en medicina para algunas enfermedades. Según los libros de Plinio segundo, se podían usar casi para cualquier cosa (para la cefalea, la diarrea, la inflamación amigdalar, etc).
No sabemos si estas propiedades terapéuticas serán ciertas, puesto que demostrar algo en medicina a día de hoy es algo más complicado que en la época romana. Lo que sí sabemos con más detalle que entonces es la composición nutricional de los caracoles. El 80 % de su contenido es agua, y por cada 100 gr aportan unos 16 gr de proteínas, con muy escaso contenido en grasas e hidratos. Además las proteínas que aportan son ricas en lo que llamamos aminoácidos esenciales, es decir aquellos que nuestro organismo no es capaz de sintetizar y han de obtenerse de los alimentos.
De las grasas que aportan, la mayoría son polinsaturadas, conteniendo ácidos grasos esenciales como el linolenico y linoleico. Además aportan muy pocas calorías, unas 80 kcal por cada 100 gramos, es decir casi la mitad de lo que aporta por ejemplo la carne de ternera pero con un contenido proteico total semejante a carnes como el pollo o al pescado. Además, aportan diversos minerales como magnesio ( 15% de las ingestas diarias recomendadas), hierro ( 20 % de las necesidades diarias) y vitaminas como niacina ( cubren la mitad de las necesidades).
El problema viene dado por la forma de cocinarlos, ya que algunos suelen añadir otros alimentos ricos en grasas saturadas como en los famosos escargots a la bourguignon, que se preparan con mantequilla, u otras recetas más nacionales que añaden panceta o chorizo. Así es que mejor cocinarlos al estilo tradicional, con especias, ajito y aceite de oliva para seguir conservando las propiedades nutricionales que los hacen tan sanos. Y dos consejillos últimos de consumo: el primero, que hay que elegirlos, lavarlos y cocinarlos muy bien para evitar intoxicaciones, y el segundo y más difícil de seguir es que si están intentando mantener un peso adecuado, tengan cuidado con la costumbre de no desperdiciar la salsa del final con unos barquitos de pan.
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