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Paloma Cremades
Viernes, 16 de mayo 2025, 00:04
Hace diez años, en un local discreto que llevaba tiempo cerrado, dos amigos unidos por su pasión por la hostelería y el mar decidieron embarcarse ... en una aventura que hoy celebra su primera década. A Babor, marisquería ubicada en el corazón de Cerrado de Calderón, no solo ha sobrevivido en un sector altamente competitivo, sino que se ha consolidado como un punto de encuentro imprescindible para quienes valoran la buena mesa y el trato cercano.
En mayo de 2015, Antonio Pintidura y Adil Ben Azzouz, al que todos conocen como Tarek, abrían las puertas de A Babor, impulsados por una visión compartida. Antonio, criado entre los aromas y el bullicio del bar de su abuela en El Palo, por el que pasaba a diario camino del colegio, y Tarek, con experiencia previa en El Mar de Pedregalejo, apostaron por un concepto claro: «Queríamos un lugar donde se comiera como en casa, con el mejor producto posible y con una atención que la gente recordara», explica Antonio.
La carta de A Babor refleja ese compromiso con el producto y la cercanía: mariscos frescos, pescaíto frito y arroces. También hay espacio para propuestas más atrevidas, como la tosta de atún con trufa, ajo blanco o los huevos rotos con carabineros, que se han ganado un lugar fijo en la memoria -y el paladar- de sus clientes, y, por supuesto, la ya icónica ensaladilla rusa servida en copa y mezclada en mesa, que se ha convertido en una seña de identidad de la casa.
Pero lo que realmente distingue a A Babor va más allá de lo que se sirve en el plato. La fidelidad de su clientela es un reflejo del ambiente que se respira dentro: cercano, familiar, auténtico. «Aquí viene mucha gente en familia, es un lugar para compartir, para celebrar, para volver», asegura Antonio. Una de las tradiciones más queridas es la de cantar el cumpleaños a cada cliente, con todo el equipo abrazado coreando la canción. «Hemos celebrado miles de cumpleaños», añade. Entre las historias que más les marcan, recuerdan especialmente a una familia que acude cada domingo con su madre enferma: «Salen todos juntos solo para venir aquí, porque es donde ella más disfruta. Eso para nosotros lo significa todo».
El equipo humano ha sido clave en el éxito del restaurante. Jose dirige la sala, organiza las reservas y coordina a un equipo que funciona como una gran familia. Muchos llevan desde el principio, como Agustín -conocido cariñosamente como «Canca»-, que también cumple una década en la casa. Entre plantilla fija y refuerzos, suman unas 15 personas que comparten no solo un lugar de trabajo, sino un compromiso común con la calidad y el calor humano. «Esa sensación de hogar es algo que los clientes notan, y es lo que queremos cuidar siempre», señala Agustín.
Durante la pandemia, A Babor también vivió momentos de incertidumbre. Sin embargo, lejos de rendirse, apostaron por reinventarse: pusieron en marcha un servicio de comida a domicilio que aún hoy sigue activo. «Al principio repartíamos nosotros mismos en moto. Fue agotador, pero increíblemente gratificante», recuerdan. Actualmente, sus arroces para llevar son de los más solicitados.
¿Y el futuro? «Queremos seguir haciendo lo que sabemos hacer bien: cuidar al cliente y trabajar con buen producto», afirma Antonio. Aunque también sueñan en grande. El próximo paso se llama A Babor Playa, un proyecto en desarrollo que llevará la esencia del restaurante a la orilla del mar. «Aún sin fecha concreta, pero ya estamos contratando cosas», nos adelanta con ilusión.
Una década después, A Babor no solo celebra años: celebra una comunidad. Un restaurante nacido del mar y del barrio que ha sabido ganarse un lugar en el corazón de Cerrado de Calderón. En tiempos de cambios y modas pasajeras, su fórmula -honestidad, sabor y cercanía- sigue más vigente que nunca.
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