Las recientes semifinales de la Copa del Rey nos han traído la auténtica esencia del fútbol; equipos aguerridos frente a frente en busca del gol, ... fuerza, coraje... Y al término de los partidos, estallidos de un júbilo controlado dentro y fuera de los estadios que no veíamos hace tiempo. La final, por tanto, ya está servida, aunque los protagonistas, el Valencia y el Betis, siguen en el campeonato de Liga, ganando uno y perdiendo el otro en la lucha por una plaza europea. A este doble espectáculo copero y de Liga se sumaban este pasado fin de semana el Real Madrid y el Barcelona, cuyo partido en Elche fue la nota discordante de la jornada. Todo un lío espectacular, polémico y hasta vergonzoso con cuatro manos por medio, un penalti favorable al equipo azulgrana, pero ninguno para el equipo ilicitano. Será un debate que durará hasta que se produzca otro caso similar. Y. suma y sigue. Eludo referirme a otros casos habidos, porque sería incidir en un problema arbitral al que contribuye un reglamento y unas normas mal expresadas y, a veces, peor interpretadas por los colegiados.
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Sin embargo, y renunció otro aspecto, sí hay que destacar la masiva presencia de los aficionados en estadios repletos y ruidosos que ha sido lo que más echábamos en falta. Ojalá no tengamos que asistir más al fútbol mudo al que nos empujó la maldita pandemia; ojalá podamos disfrutar del deporte cuanto antes con la serenidad y la paz en Ucrania y en todo lo que le rodea. Que no es poco. Solo así se podrá disfrutar de un fin de temporada que se presume intensa y emocionante. Nuestro Málaga tiene la última palabra. Su victoria ante el Amorebieta permite abrigar esperanzas de que se remonte una situación tan crítica siempre y cuando el sábado gane a la Ponferradina en La Rosaleda. Que tampoco es mucho pedir cuando la emoción, que ya se ve y se oye, ha vuelto al fútbol. A una Rosaleda a tope, por ejemplo.
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