Si a los estadios se pudiera inyectar una vacuna técnica tal vez veríamos el fútbol de otra manera. En dos partidos de los jugados el ... domingo, en el Metropolitano, porque se jugaba cara al título, y en La Rosaleda, por lo mucho que nos toca, la presencia de miles de aficionados en las gradas habrían puesto la guinda a las emociones de uno y otro partido, la pasión habría estallado, que es lo que viene sucediendo en las cercanías de los estadios. Sin embargo, esta situación nos permite ver y hasta oír las circunstancias que rodean a muchas jugadas que normalmente estaban reservadas a los espectadores de las primeras filas de las gradas. Un ardid que se han inventado los colegas de la tele para mantener entretenidos a los espectadores. Si una vacuna técnica limpiara los estadios, quizás se acabarían tantas marrullerías, expulsiones y tarjetas, al mismo tiempo que se limitarían dudas y debates que no siempre son lógicos. Porque los penaltis, que son o no son, hasta podrían evitarse; en el caso de las manos infractoras, según la posición de los brazos, su intencionalidad sólo podría arreglarse si los jugadores, a la hora de saltar al terreno, se dejaran los brazos en el vestuario. Lo que se ve cada jornada, según cada equipo o cada árbitro, no es tolerable y necesita de una urgente solución en el reglamento más que en sus normas. Y lo mismo puede decirse de otras faltas sancionables según el colegiado de campo y ahora, incluso, los del VAR. Parece cada vez más claro que este invento de ayuda al arbitraje encaja sólo en la apreciación de que el balón atraviese o no la línea de gol o si la bota, o si la nariz de un jugador traspasa la raya del fuera de juego. Porque ha habido alguna agresión no vista sobre el terreno y de la que el VAR ha llegado a inhibirse.
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Y es que cuando ha de intervenir el 'factor humano' algo falla. Comprensible, todo sea dicho, cuando a veces hay que decidir en décimas de segundo. Y hecha esta reflexión (disculpen esta licencia), sólo me queda por reseñar el último fichaje del Barcelona (Laporta, más de diez años después) y, ¡cómo no!, el triunfo del Málaga, oxígeno suficiente y de momento, para mantener en alto la ilusión y la esperanza de ese Málaga que todos queremos.
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