El fútbol, el de élite, está desorbitado. O dicho de otra manera, fuera de su órbita económica. Afloran los millones que nadie sabe de dónde ... salen y los clubes pujan y hasta se disputan el fichaje de un futbolista como si se tratara de chupa-chups a la puerta de un colegio. El más apetecido, y el más caro, venía siendo Mbappé, al que, en el Bernabéu, dan como fichado ya por el Real Madrid; pero he aquí que en Barcelona descubren ahora un cierto interés por el francés, como asimismo por el ramillete de jugadores que andan por Europa (Salah, Haaland, Lewandowski...) unos con contratos en vigor, otros a la espera del mejor postor. La prensa y la televisión catalana pugnan en el deseo de ser los primeros en acertar mientras que en Madrid, repito, dan por hecho el fichaje del todavía jugador del PSG y hasta del noruego Haaland, que, por otra parte, también lo quieren en el Camp Nou. Es posible que tanto afán de fichajes del presidente Laporta lo sea pensando ya en ese ingreso supermillonario por parte de Spotify por dar su nombre al estadio de los azulgrana.
La mayoría de esos jugadores que deslumbran en medio mundo son, de momento y de forma inmediata, los llamados a competir por el trono de Messi y de Ronaldo y valorados en un montón de millones (hasta doscientos y pico). Y en ese estatus se halla el madridista Bale, que no para de tomarle el pelo a su club, a los aficionados. Ha sido, es el jugador que más cobra en la plantilla madridista, pero de un largo tiempo a esta parte son continuas sus ausencias en el equipo, a veces en favor exclusivo de la selección de su país, Gales. Hazard ha sido el otro descalabro millonario madridista, fichado como sensación, casi inédito a causa de las lesiones. En suma, una fuga de millones que no esperaban en Chamartin. A los que tendrán que sumar los que paguen ahora a esos afortunados millonarios del balón.
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