Dice el bolero de Armando Manzanedo que la semana tiene más de siete días. Vamos a tener que creerlo. Entre el pasado domingo y el ... próximo sábado pasarán siete días, pero la espera se hace interminable para saber quién será el campeón de Liga, qué equipos jugarán en Europa y, lo más triste, cuáles descenderán. En el caso de la doble final, Atlético y Real Madrid, las alertas permanecen encendidas por temor a una lesión inoportuna o un caso de Covid. Uno y otro equipo a la espera de un traspié del otro y miles de aficionados (especialmente sus respectivos seguidores) con el alma en vilo. Una semana, en definitiva, en la que tradicionalmente aparecían los maletines (parece que en desuso afortunadamente), aunque los rumores, las cábalas y las matemáticas sean inevitables. Son muchos los que recuerdan aquellos dos finales de Liga del Madrid con el Tenerife por medio. Los hay también que echan mano al 'caso Osasuna' de hace unos años. Conjeturas maquiavélicas a las que hay que echar ya un tupido velo. Sin embargo, y en un tono mucho más suave y menos intencionado se me ocurre un planteamiento general: ¿es posible y hasta aceptable las simpatías, afectos o dejaciones entre equipos o clubes? Viene esto a cuento de ese problema tradicional de si es influyente la situación clasificatoria del equipo que se enfrenta al que se lo juega todo (Valladolid y Villarreal en estos momentos); ¿espolea o atenaza la necesidad de no perder los puntos? Ahí queda la incógnita y el debate para entretener la espera de estos siete días... que parecen muchos más.
Y mientras mucha gente se pierde entre esas cábalas de campeón, aquí en Málaga nos entretenemos y sufrimos haciendo proyectos sobre el futuro inmediato del equipo, desde el entrenador hasta el último jugador de una plantilla de cuya cantidad y calidad nada puede saberse. No obstante, si se recurre al optimismo habrá que conformarse con la posibilidad de que La Rosaleda vuelva a tener aficionados. Que ya es bastante.
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