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Imagen de este sábado, antes de arrancar el Málaga-Alcorcón. SALVADOR SALAS
...Y La Rosaleda continúa sin público

...Y La Rosaleda continúa sin público

El Málaga arrancó el año en casa contra el mismo rival con el que se despidió la pasada campaña y de nuevo a puerta cerrada

marina rivas

Sábado, 26 de septiembre 2020, 22:18

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Por mucho que los clubes se esmeren en acondicionar sus estadios para la ocasión, el fútbol nunca será lo mismo sin los aficionados. No es ninguna novedad contemplar los partidos a puerta cerrada –así se reanudaron las ligas tras el confinamiento–, pero no deja de parecer un privilegio acudir a un campo a día de hoy. Curiosamente, el mismo rival contra el que el Málaga despidió la pasada y agónica campaña en su feudo fue el primero en visitarlo en este nuevo curso, el Alcorcón.

Presentaba el mismo estado La Rosaleda, impoluta y solitaria. Extraño para el aficionado de los domingos, acostumbrado al barullo de la gente, al olor de los puestos de comida, a las cáscaras de pipas tiradas por los suelos, a las camisetas de aquellos años buenos, los de Champions, a los gritos de ánimos e incluso a los 'Al-Thani, vete ya'. Por desgracia y precaución, las circunstancias todavía no permiten que distintas generaciones de familiares se reúnan para alabar –o criticar– al equipo en su feudo. De habernos vendado los ojos a los pocos presentes, sólo tirando de oído, más de uno se hubiera trasladado a la infancia; a los humildes campos de césped artificial de los barrios. Es lo que tiene la falta de público, que para bien o para mal se oye todo. Desde las habituales indicaciones de los técnicos, porteros y jugadores entre sí hasta los innecesarios ruidos de los futbolistas escupiendo, signo del cansancio. Se dejó la voz el técnico rival, Mere Hermoso; Pellicer, en cambio, intervino poco, con algún grito de aliento para su equipo o algún «¡Calma, calma!» No necesitó más. Ellos, junto a los jugadores y los árbitros, eran los únicos afortunados que podían olvidar sus mascarillas.

Eso sí, en cuanto llegó el 1-0 de Cristian, en el minuto 44, ya fuera por la reverberación fruto del estadio vacío o por la efusividad de los empleados del club y la propia plantilla, retumbó sorprendentemente el grito de «¡Gol!» en el estadio. Por un momento, pareció volver el fútbol en la grada, completamente sellada por cintas para que nadie pisase un solo asiento más que los fotógrafos, ejerciendo su labor sin pisar el verde. En el palco también reinó el vacío. Apenas una decena de autoridades, entre ellos el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre (se unió en el segundo tiempo); el administrador judicial, José María Muñoz; el director deportivo, Manolo Gaspar, el consejero del club Francisco Martín Aguilar, o la delegada de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía en Málaga, Mercedes García Paine.

Saludos con codos, más de un metro y medio de distancia, toma de temperatura y desinfección de suelas y manos a la entrada... Muchos protocolos para intentar que esto se asemeje a lo que antes se entendía por fútbol en los estadios. Una realidad que no complace al aficionado de a pie y tampoco a los propios jugadores, cuyo banquillo se extiende ahora hasta la grada para cumplir con las distancias de seguridad. Y es que, ¿qué tiene ahora de especial jugar en casa? Cualquier equipo mentiría si a día de hoy, en estas condiciones, dice sentirse más arropado o fuerte en su campo, porque poco o nada es más triste en el fútbol que una grada vacía.

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