El Málaga nos puso la miel en los labios. Un gol nada más iniciarse el partido, otro gol nada más iniciarse el segundo tiempo. ¡Casi ... nada! La Rosaleda estaba preparada y los aficionados locos por estallar de alegría y empezar la fiesta. Pero todo eso era demasiado cuando el nuevo entrenador apenas llevaba una hora en el banquillo. En menos que canta un gallo empataba el Valladolid y nuestro gozo en un pozo. Al final no pudo ser la deseada y necesaria victoria, pero, desde luego, vimos otro Málaga con la actitud y la alegría que no podía darle el visto y no visto Natxo.
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Y con esto no quiero decir que el recién llegado Guede sea un 'milagrero', pero sí que su primer discurso en el vestuario ha bastado para imprimir a los jugadores una confianza y un espíritu de superación que habían perdido. De lo que sea capaz de ahora en adelante ya veremos. Pero no queda tiempo para una espera sosegada y será necesario que todos los implicados den el do de pecho como si se tratara ya de la última oportunidad. Guede va a disponer de una semana para visionar y estudiar vídeos del Leganés, y contará con ese asesor o amigo que le ponga al día de las virtudes y flaquezas del equipo inmediato rival.
Con todo ello y unas sesiones de entrenamiento por delante, todo es posible. Incluso ganar. Si este cuento de la lechera no acabara bien habría que encomendarse a los equipos que le siguen y pedirles por favor que no ganen sus partidos y dejen al Malaga tranquilo. Pero, ya en serio, algo interior me dice que hay motivos para la esperanza. Ojalá que lo vislumbrado ante el Valladolid no sea un espejismo. Creo que ahora sí se puede. Los aficionados, con su total apoyo en La Rosaleda, tendrán mucho que ver en la reacción de un equipo que se ve espoleado hacia la salvación. Vamos allá.
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