Ya sabemos qué selecciones vamos a tener enfrente. O mejor dicho, no todas, porque habrá que esperar a conocerse el vencedor del Costa Rica-Nueva ... Zelanda, allá por junio, que será el rival de España en su primer partido del Mundial. A continuación, Alemania y Japón. Y la esperanza de seguir adelante según el policalendario ya previsto.
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Hasta que llegue ese día del debut (24 de noviembre) han de pasar más de ocho meses, demasiado tiempo en el que podría ocurrir de todo si nos atenemos a los dos últimos años, lo mismo a nivel deportivo que social en el discurrir de cada día. Máxime cuando por delante hay un fin de temporada crucial para muchos equipos, muchos jugadores, con las lógicas consecuencias en forma de lesiones, de cansancio o, simplemente, de baja forma. Y también un verano con el comienzo de otra campaña, que serán tres meses con demasiadas incógnitas. Pero, en fin, pensemos que todo va a transcurrir dentro de una cierta normalidad y que la lista definitiva de Luis Enrique valga para quedar bien en Catar.
Lo que sigue sin convencerme es su juego con la portería; ignorar a De Gea para colocar al portero del Athletic no tiene fundamento porque, hasta ahora, Unai Simón no transmite seguridad, ni a sus defensas ni a los espectadores que sufrimos cada vez que el balón ronda su parcela. España siempre ha destacado por sus porteros. Desde los míticos Ricardo Zamora e Iribar, pasando por Arconada y Zubizarreta hasta el reciente Casillas, todos han compuesto una galería de firmes baluartes en la selección. Cierto es que los clubes contribuyen en cierto modo a la confusión: Madrid, Barcelona, Atlético, Sevilla y Betis, los aspirantes europeos, cuentan con guardametas extranjeros mientras españoles destacados se baten el cobre en Segunda División. Así pues, no toda la culpa es de Luis Enrique, que tira por la calle de en medio y busca porteros españoles… en el extranjero. Pero resumo: quedan ocho meses por delante.
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