No sé si sentí vergüenza, impotencia, bochorno o qué sé yo. A lo peor, todo a la vez. Lo cierto es que a falta de ... un cuarto de hora del final de los partidos pulsé el mando a distancia y me fui a Huesca, donde la Real B parecía estar a punto de marcar el gol que nos podía mandar al pozo de la increíble Primera RFEF. Minutos de angustia con aquel 2-2 que, en cualquier instante, podría ser el 2-3 fatídico para un Málaga al que ya se veía incapaz de marcar el gol que solucionara todo. Pero rendido ya a la evidencia, minuto 93, es el equipo local el que marca (3-2) y los gestos de desesperación de los donostiarras debieron coincidir con un resoplido general en Málaga que pudo hacer vibrar los cimientos de La Rosaleda. Casi milagrosamente se salvaban los muebles de un club en bancarrota ante la próxima temporada. Y que, aunque sólo sea por amor propio, el equipo debe viajar a Lugo con la idea fija de ganar. Y bajar cuanto antes el telón de una temporada para el olvido.
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Pasadas setenta y dos horas del descalabro final, qué panorama nos espera... Lo facilón es recurrir al barrido de la plantilla, a la búsqueda de otro entrenador, y el presidente (que no lo hay) a la calle. Pura fantasía. La cruda realidad apunta a una inmediata enmienda de la actual planificación y ponerse en marcha mañana mismo, conscientes de que deberá hacerlo con las mismas limitaciones que tuvo al comienzo de esta campaña que ahora termina. Repetida situación que me lleva a repetir también sobre la imperiosa necesidad de resolver ese conflicto judicial que frena cualquier intento de arreglo. Las fuerzas vivas de la ciudad tendrían mucho que ver y hacer en la puesta en marcha de un club y un equipo que, de momento, sigue inmerso en un profundo caos. Quedemos a la espera.
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