Esto se acaba. Ya tenemos campeón de Liga, sabemos quiénes volverán a codearse con los grandes y quienes caerán en el llamado infierno de Segunda ( ... así la bautizó Jesús Gil el año que el Atlético descendió), y casi todo está resuelto en la que, con más optimismo, se le llama «categoría de plata». Y nuestro Málaga tranquilo, más tranquilos los aficionados, a la espera de que el domingo se ponga punto final a la competición, se resuelvan los 'play-off' (antes llamadas promociones) y sepamos a qué carta quedar y si la Segunda División se seguirá llamando así. El punto de máxima atención en el Málaga estará en los despachos de La Rosaleda... y en los de los juzgados. Como se dice en el argot taurino, que Dios reparta suerte.
Pero, entre tanto trajín competitivo, ahí tenemos ya a la selección, a Luis Enrique y sus excentricidades. Y no lo digo porque haya despedido a Sergio Ramos de lo que fue su hábitat durante 15 años (ya que alguna vez tendría que ser); es que Íñigo Martínez le ha solicitado su baja voluntaria y, así, a la pareja de centrales que entendíamos como la mejor de Europa sucederá otra, no sabemos si mejor o más joven. Porque cuesta trabajo entender si el seleccionador pretende rejuvenecer el equipo o simplemente cambiarlo. Catorce futbolistas de la lista de 24 juegan fuera de España con el Manchester City de Guardiola como el equipo que más jugadores aporta. Y no digamos nada de los porteros, que, por si no los hubiera en nuestra Liga (esta temporada ha sido la revelación de jóvenes y excelentes guardametas), ha llamado a Robert Sánchez, un joven español que vive su aventura en el Brighton Hove Albion, en el que lucha actualmente por la titularidad y al que Luis Enrique ha querido traer para enseñarle el mundo del fútbol. Ojalá tenga suerte el chaval y algún día podamos verle defendiendo la meta de la selección. Mientras tanto, aguardamos el éxito de Luis Enrique, que sería el éxito de España. Empieza un nuevo ciclo.
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