Cumple 100 años el misionero malagueño que atendió a las víctimas de Hiroshima
El jesuita Alberto Álvarez lleva 74 años en misión pastoral en Japón, donde recibió la visita del Papa Francisco
ANTONIO MORENO
Málaga.
Domingo, 30 de junio 2024, 02:00
«Me siento verdaderamente honrado de que haya logrado una larga vida de 100 años». Son las palabras que el primer ministro japonés, Fumio Kishida, ... envió al jesuita malagueño Alberto Álvarez el pasado 21 de marzo con ocasión de su cumpleaños número 100. Este religioso, que fue secretario del superior general de la Compañía de Jesús Pedro Arrupe, recibió en 2019 la visita del Papa Francisco en persona durante su viaje a Tokio y recuerda con nostalgia su Málaga natal, el lugar donde recibió la llamada a seguir a Jesús, su Galilea.
La vocación a la vida consagrada de Aruvaresu (adaptación al japonés de su nombre) le llegó en su tierra, concretamente en la iglesia de los jesuitas de calle Compañía, como él mismo relata: «Yo estudié en el antiguo colegio de la Sagrada Familia de la calle Madre de Dios y era el menos católico de mis siete hermanos. De niños habíamos sido congregantes de los Luises, pero yo era el menos fervoroso. Nunca se me había ocurrido ser sacerdote, ni jesuita ni misionero. Ya tenía novia, pero, al terminar el Bachillerato, a los 18 años, me convertí estando en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Málaga. De pronto, el Señor me hizo vivir algo especial, místico. De repente, dentro de esa iglesia, recibí la vocación de jesuita y de misionero. Así que, enseguida, ingresé en el noviciado de la Compañía de Jesús de Cádiz. Desde allí, le escribí al padre general de Roma para decirle que yo quería ser misionero del Japón al terminar la Filosofía y así lo hizo. Me mandó a esta tierra donde ya llevo 74 años».
Cuando el joven jesuita le pidió permiso a su padre, militar, para cambiar su nacionalidad y hacerse japonés para lograr así que no lo expulsaran en caso de un nuevo conflicto bélico (acababan de perder la guerra con EE.UU.), su padre no lo dudó: «'Harás muy bien' -me dijo-, porque mi padre era un católico cien por cien».
Todos estos años los ha dedicado a la atención pastoral de seis parroquias y a la educación en sendas escuelas infantiles en el sur y en el centro de Japón. «Estar junto a los niños, a los preferidos del Señor, ha sido una bendición. Y como eran escuelas íntegramente católicas, después de varios años con nosotros, muchísimos de nuestros alumnos con sus padres se iban haciendo católicos. Más de la mitad. Fue una gran bendición y un gran consuelo», destaca.
Para el padre Álvarez, todo su trabajo misionero no habría sido posible sin la ayuda que llegaba desde España, Sudamérica y Centroamérica: «Con los donativos que me enviaban, podía abrir la escuela, edificar los edificios y pagar a las profesoras», explica.
En momentos como estos en los que la amenaza nuclear vuelve a extender su oscura sombra sobre la humanidad, Aruvaresu hace un llamamiento a la paz desde la única nación del mundo víctima de la bomba atómica: «Yo pasé parte de mi vida en la ciudad de Hiroshima y toda la historia de la bomba la conozco muy bien. En las iglesias donde he estado, había muchos enfermos a causa de la explosión y de los efectos de la radiación. Y ahora seguimos en peligro por la amenaza de Corea del Norte». En la reconstrucción de Hiroshima tuvo un papel crucial el trabajo de la Compañía de Jesús, que llevaron a cabo misioneros españoles y alemanes sobre todo y la ayuda que consiguieron recabar desde sus países de origen. «Allí tenemos ahora dos o tres institutos y dos universidades -señala-. Además, levantamos una catedral magnífica».
Para este japonés nacido en Málaga, los tres cuartos de siglo de servicio a la Iglesia han merecido la pena y ahora dedica las fuerzas que todavía le quedan a seguir rezando desde su habitación en la Casa Loyola, la residencia para jesuitas mayores de la Compañía de Jesús en Tokio. A pesar de su avanzada edad, su estado de salud es muy bueno: «Estoy controlado por las medicinas, no tengo ningún dolor corporal. Únicamente tengo problema en las piernas, que me están fallando muchísimo y ya no puedo andar sin andador».
Su oración con motivo de su centenario está cargada de esperanza y de fervor misionero: «A Dios le pido con confianza que me lleve al cielo. Ya he vivido bastante y lo que deseo es reunirme con mis padres y mis hermanos y los santos de la Compañía de Jesús»; Pero no lo pide para descansar, sino «para seguir, desde el cielo, pidiendo por la conversión del Japón». Parece ser que, 500 años después, el infatigable espíritu misionero de San Francisco Javier sigue muy vivo y tiene acento malagueño.
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