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Preguntas y respuestas sobre el COVID-19: Lo que yo no hago

Preguntas y respuestas sobre el COVID-19: Lo que yo no hago

Preguntas y respuestas sobre el virus del investigador científico malagueño Juan M. Pascual

juan m. pascual

Martes, 7 de abril 2020, 14:50

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O, mejor dicho, lo que yo no haría, porque tengo responsabilidades profesionales que modifican obligatoriamente parte de lo que sigue. También, por supuesto, toda recomendación es susceptible de rectificación o abandono según lo que las autoridades establezcan y a medida que avance el tiempo y se sepa más. Valgan éstos, pues, como consejos personales sobre situaciones a evitar sin ánimo oficial, a fecha de hoy solamente, y seguidos de otras estimaciones:

Distanciamiento:El virus permanece flotando en el aire en micropartículas un tiempo mayor al supuesto inicialmente. ¿Qué es una micropartícula? No está claro, porque depende de como se defina. Como ejemplo, el humo de un cigarro está constituido por micropartículas y a veces es posible notar que alguien estuvo fumando en nuestra habitación esa mañana. Dos metros de separación parece ser el mínimo deseable.

Mascarillas: Si las hubiera algún día (gracias a la gestión gubernamental «discreta, comprometida y eficiente»), ¿por qué no usarlas? Los rumores sobre su uso incorrecto posiblemente empeorando el riesgo son ciertos, pero es difícil usarlas incorrectamente con un poco de sentido común y disposición a aprender.

Guantes: El virus en las manos no infecta, a menos que pase al interior del organismo. Por tanto, el lavado de manos con agua y jabón durante veinte segundos (cronometrados) o el uso de un gel con alcohol debería ser suficiente.

Objetos: Los objetos o compras de supermercado que no precisen refrigeración y que no puedan limpiarse o cuya procedencia sea dudosa pueden dejarse en habitación aislada 4 días, pues el virus se inactiva antes de 4 días. Cualquier objeto del exterior deja de ser problemático en 4 días (salvo que esté contaminado y se mantenga refrigerado).

¿Cómo desinfectar? La lejía es el mejor desinfectante cuando los otros escasean. Los artículos de comida perecederos pueden limpiarse con un trapo humedecido en lejía diluida o sumergirse en agua con lejía diluida durante 30 minutos. La dilución es de 1 parte de lejía por cada 50 partes de agua. Por ejemplo: Un fregadero con 2,5 litros de agua necesita 50 ml de lejía (1/5 de vaso).

¿Cuántos infectados hay? No tiene mucho sentido hablar del número total de infectados, ni de la proporción de infectados, porque no hay todavía suficientes pruebas diagnósticas. Si todo el que enfermase recibiese una prueba, cabría hablar del número total de infectados, o de la proporción de infectados con respecto a todos los que presentan síntomas respiratorios. Pero no se conoce ni el numerador (porque no se sabe el total de infectados puesto que no hay pruebas suficientes) ni tampoco el denominador (porque no se sabe qué total de personas hay con síntomas respiratorios). Utilizar una fracción con numerador y denominador inciertos para cualquier propósito importante puede ser lo menos malo, pero es poco fiable.

¿Qué prueba diagnóstica es la buena? Desde luego, está claro cuál no la es. Hay al menos dos nuevas (de 15 minutos) aprobadas por la FDA (Food and Drug Administration) norteamericana el 27 de marzo (producida por la empresa Abbott) y el 1 de abril de 2020 (de la compañía Cellex, Inc.) para producción masiva. Otras probablemente seguirán. Mientras EE.UU. se prepara de nuevo para el rescate de Europa, lo cual tardará algo todavía, las pruebas basadas en la técnica PCR (polymerase chain reaction) disponibles en todas partes de manera limitada están sujetas a un retraso de varios días para conocer su resultado (a menos que se pague por ellas fuera de la sanidad pública).

¿Qué síntomas produce? Fiebre, tos y dificultad respiratoria.

¿Cómo y a quién mata el virus? No se sabe todavía lo suficiente al respecto. No mata el virus, sino la reacción del organismo. En una proporción de infectados se produce una neumonía al cabo de 10-15 días de los primeros síntomas que comienza en forma de consolidación inflamatoria del tamaño de una nuez en varias partes de la periferia de los pulmones. Por motivos no aclarados, este proceso es más grave cuanto mayor la edad (posiblemente incluso sin enfermedades previas, en contraste con lo que se suele decir). Se trata de una reacción inflamatoria desmesurada. El corazón y el cerebro pueden verse afectados en una pequeña parte de casos. Por último, el virus destruye selectivamente la clase de glóbulos blancos llamados linfocitos y esto se puede asociar (como se sabe por otras enfermedades parecidas) a infecciones bacterianas y a otras también llamadas oportunistas (causando neumonías o septicemias) que se añaden a la vírica inicial.

¿Qué medicinas tomar o no tomar? Hoy por hoy, ninguna información es lo suficientemente fiable y ningún estudio fiable ha concluido. En todas las ciencias siempre hay quienes escriben más que leen y hablan más que piensan (quien no lo crea, vea los grabados 33 y 40 de la serie Los Caprichos de Francisco de Goya).

¿Es necesario seleccionar a quien pueda ser más rentable tratar? Yo, desde luego, no me resigno, como Eneas, a tener que ir visitar a mis seres queridos al Hades y sospecho que pocos lo harán, especialmente porque nadie sabe cómo predecir quién vivirá y quien morirá. Sobre si esto es parcela de los médicos o de los gobernantes o de los llamados profesionales de la ética, Don Quijote opina que «me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello».

¿Cuántos respiradores más hacen falta? El número justo. No son nada fáciles de usar y por tanto requieren de formación especializada – no solo para programarlos con los parámetros adecuados a las condiciones de la persona (que pueden cambiar hasta tres o más veces diarias), sino también para saber interpretar las consecuencias que se derivan de su uso hora a hora. Si nuestro país escasamente alcanza la tercera parte de las camas de cuidados intensivos per capita (no ya en números totales) que hay en Alemania, difícilmente cabe suponer que todo este personal cualificado existiera previamente y estuviese preparado para actuar el primer día. Los aparatos por sí solos nunca resuelven nada. La medicina española nunca ha sido gran creyente en dotar a los cuidados intensivos de la importancia que merecen, como saben sus profesionales. Por ejemplo, ver habitaciones con varios enfermos (no solo ya en cuidados intensivos), algunos de los cuales son infecciosos, va siendo ya cosa de la que huyen los países avanzados tan rápidamente como pueden. Salvo en ciertas zonas transitorias, hoy no hay excusa para que un hospital nuevo tenga habitaciones no individuales.

¿Llegará a tiempo la vacunación? Es prácticamente imposible en el periodo de tiempo necesario y en las cantidades requeridas. La vacuna anual de la gripe común (la cual, como su nombre indica, varía cada año) tarda significativamente, pues comienza a prepararse muchos meses antes de la temporada de la gripe debido al tiempo que conlleva su producción masiva.

Quien se cura ¿es inmune a perpetuidad? No está claro. Algunos virus (como los del herpes) se padecen varias veces. No parece ser este el caso. De hecho, hay estudios en curso para determinar si los anticuerpos que las personas curadas han desarrollado como respuesta a la infección sirven, tras una donación sanguínea y purificación, como tratamiento para otros.

¿Qué dicen las estadísticas? Son solo orientativas, pero son especialmente imperfectas cuando no se basan en datos recogidos uniformemente de la misma manera en todos los sitios, lo cual en nuestro país fragmentado no ha ocurrido. La única estadística fiable es la del número de muertes. Esa no admite errores - suponiendo que todas las muertes sospechosas hayan recibido la prueba diagnóstica, por lo que, si hay muertos (perdón, quise decir muertos y muertas; no se me critique que sea varón) que no la recibieron, el número real de afectadas (y afectados) será superior.

¿Qué valor tienen las estadísticas para el individuo? Cito a un amigo que a su vez me cita a mí («Entre el miedo y la histeria interminable», Periodista Digital, 6 de abril de 2020): «la mente humana, y más la de los científicos, es bastante miope para la problemática del individuo concreto y no entiende bien cómo aplicar los razonamientos estadísticos. ¿A quién le importa -continúa- si la probabilidad de morir es del 1% en lugar del 2%, o del 3%, o del 10%? Son números incomprensibles para el individuo, que sólo ve que le toca o el 0% (sano) o el 100% (muerto). Me recordaba muy certeramente que esta forma de razonar cuantitativamente ha sido siempre la justificación del comunismo con aquella frase lapidaria de Stalin: «Un muerto es una tragedia, pero un gran número sólo una estadística». Este mecanismo es utilizado por los que planifican la economía y el acceso a los recursos, pero es difícil hacerse a la idea de lo que esto representa para uno». Por tanto, cautela.

¿Cuándo acabará todo esto? Si el caso de la gripe común sirve como ejemplo, generalmente lo peor cede en unos cuatro meses. Pero puede haber rebrotes. Especialmente cuando se levanta el estado de aislamiento y las personas susceptibles de adquirir la infección pasan de estar confinadas a estar expuestas de nuevo. Se habla de «aplanar la curva» (de la incidencia de la infección), pero esto suele implicar prolongar en el tiempo la epidemia. Generalmente, el fin de las epidemias es tan misterioso como su principio. Pocas medidas existieron contra la peste y, sin embargo, desapareció. Argüir que esto se debió principalmente a una medida u otra es usar argumentos de conveniencia para ajustarse a los hechos, en contra de lo que algunos creen. Sin embargo, las medidas que hoy se proponen tienen sentido.

¿Por qué varían tanto las cifras de un país a otro? Nadie lo sabe, pero cada país ha recibido un número inicial de infectados variable, tomó medidas variables (por motivos inexplicables) y en momentos diferentes, aplica las pruebas diagnósticas de que se dispone de distintas maneras, y contabiliza los resultados de formas diferentes. Las organizaciones internacionales oficialmente a cargo de estas cuestiones dejan mucho que desear. Independientemente de esto, no tiene mucho sentido incluso hablar de países cuando lo que determina la propagación de la epidemia es la exposición tanto a viajeros como a locales, y esto varía considerablemente en las muchas zonas de un país. Por ejemplo, las grandes ciudades (donde se vive necesariamente más aglomeradamente) poco tienen que ver con la montaña, donde el distanciamiento entre las personas es naturalmente mayor. Para saber cómo evoluciona la epidemia y qué medidas resultan eficaces o no, el cómputo por regiones geográfica o socialmente comparables sería lo deseable, pero casi no existe.

¿Qué sería lo deseable desde el punto de vista numérico? Que todos los afectados fuesen diagnosticados, que la proporción de infectados sin síntomas se conozca mediante la aplicación de las pruebas diagnósticas y que toda la mortalidad se atribuya correctamente a su causa.

¿Qué más sería deseable (en un futuro)? Las necesidades inmediatas están a la vista. En el futuro, debería acabarse con la fragmentación de los organismos a cargo de datos y acciones en situaciones como esta. La unión en las cuestiones importantes hace la fuerza, mientras que la división en las tareas fundamentales solo alienta a los provincianos.

¿Es éste el final de nuestra civilización? No parece que las predicciones de la Biblia hayan sido consensuadas todavía. El CDC (Centers for Disease Control and Prevention) norteamericano estima que entre el 1 de octubre de 2019 y el 1 de abril de 2020 ha habido (tan solo en EE.UU.) entre 24.000 y 63.000 muertes en relación con la gripe común, lo cual no es inusual cada año. Y el mundo sigue estando aquí (para los que quedamos). Puede que el que viene tenga que ser más modesto, pero casi no hubo peor época para la salud pública que el Renacimiento y eso no les impidió la excelencia. Aunque es dudoso que hoy se repita la hazaña, a juzgar por lo ya visto incluso antes de la epidemia.

Ahora seriamente: Todos podíamos haber hecho más antes de que esto ocurriera, pero estábamos en otras cosas. Ojalá la siguiente generación no tenga que aprender de nuevo la lección de la misma manera. Mis más sentidas condolencias por los prematuramente fallecidos.

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