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La Fundación Prolibertas nació hace 24 años en Antequera. Y lo hizo porque un grupo de personas, entre las que se encuentra quien es su ... director general, Antonio Jiménez Fuentes, trabajaban en cárceles como capellanes dentro de la labor que ha sido tradicional en la orden a la que pertenece, la de los trinitarios, y se toparon con realidades muy duras que chocaban de frente con la vocación libertaria de su congregación. Como confiesa el propio Jiménez Fuentes, la primera cosa que le llamó la atención es que había gente que reincidía en la delicuencia para volver a entrar en prisión, porque era ese entorno el que le daba seguridad, porque no sabía o no podía desenvolverse en la recuperada y ansiada libertad que a la hora de la verdad no era capaz de gestionar. Quizás es que simplemente no tenía un techo. O un hogar.
Así que Prolibertas lo que quiere es acompañar y sostener a estas personas que transitan desde la prisión a la libertad, «ese gran sueño, pero que cuando llega el momento de disfrutarla, asusta». Con ese ánimo se ha abierto en Málaga la Casa Libertad 'Jacaranda', el primer refugio para exreclusas que esta organización pone en marcha en la capital, y que se suma a otros que gestiona repartidos por toda la geografía española, desde Antequera a Madrid o a Córdoba, pasando por Valdepeñas, Sevilla o San Fernando. Se trata de proyectos de inserción social para personas privadas de libertad.
Esa vivienda cuenta con ocho plazas, aunque la organización no tiene como objetivo llenarla, sino comenzar, al menos al principio, poco a poco. Ahora mismo, por ejemplo, sólo son dos las inquilinas, con las que se va trabajando de forma personalizada. «Cada situación es distinta, vienen de contextos muy difíciles, de mucho dolor», asegura el presidente de la Fundación, que también abunda en la extracción de estas personas: «En la inmensa mayoría de los casos es un perfil de personas que ya viene de una realidad de exclusión. La mayoría de ellas terminan en la cárcel por tráfico de drogas, por consumo, por robo. Vienen de realidades muy duras y la cárcel no es sino el desenlace de un proceso que ya se venía fraguando de antes. Vienen muy rotas. La exclusión es un mundo muy complicado que si eres mujer se complica mucho más».
Y se complica, abunda Antonio Jiménez, porque para ellas es tremendamente más difícil la búsqueda de un trabajo, sobre todo estable. Además, en muchos casos vienen con cargas familiares, de hijos. A ello hay que sumar que hay mujeres que han pasado por la calle, experiencia que las deteriora especialmente a ellas, por todo lo que supone en forma de peligro y de miedo. «La intervención, por ello, es más lenta, más personalizada, pero también más segura al final. Por nuestra experiencia en los centros, uno ve que las mujeres tienen mucha más voluntad», afirma.
En términos generales, la organización trabaja con mujeres que empiezan su proceso hacia libertad, es decir, mujeres que ya han cumplido una parte importante de su condena y pueden comenzar con los permisos penitenciarios. En este sentido, el acompañamiento a estas mujeres se inicia muchas veces mientras están en prisión, por ejemplo en la de Alhaurín de la Torre, entre otras. Ahí, durante ese proceso para prepararlas para su reintegración en la sociedad, se comprueba si de verdad tienen voluntad de reinsertarse y si es así Prolibertas las avala para que puedan disfrutar de los permisos. Además, a la Fundación también pueden llegar otras exreclusas derivadas del CIS (Centro de Inserción Social) donde transitan hacia el tercer grado y tienen que pasar allí las noches o los fines de semana.
La Casa Libertad 'Jacaranda' viene a paliar el que de acuerdo con Ana María Villalón Montesinos, directora del Centro de Inserción Social, es el mayor problema con el que se encuentran las personas que salen de la cárcel: no contar con recursos donde vivir, una red familiar que les dé cobijo físico. «Mientras están cumpliendo condena, bien, pero al final eso se acaba». Y coincide en que para las mujeres es peor: «Ellas han tenido menos oportunidades de formación, así que tienen más problemas para la inserción laboral. Además, provienen de un ambiente muy marginal, son en muchos casos usuarias de los recursos sociales en general y han tenido una vida seguramente muy focalizada en que son cuidadoras del hogar o de la familia. Por eso las barreras a las que se enfrentan son más difíciles».
«La Constitución Española dice que las penas privativas de libertad tienen como objetivo la reinserción social de las personas. La realidad, por muchas razones, como la masificación, la falta de personal y de recursos, o de proyectos a veces mucho más serios, hacen que la prisión no sea ese ámbito tan ideal como dice la Constitución. A veces lo que se junta es mucha impotencia, mucho rencor, mucha rabia. Y sí, es el tercer sector, y es la Iglesia, la pastoral penitenciaria, porque Prolibertas nace a partir de la experiencia de muchos que éramos entonces capellanes y trabajábamos en prisión, quienes intervenimos», expone Antonio Jiménez.
La presentación de la casa ha tenido lugar este miércoles en El Pimpi y ha contado con la presencia de representantes de todas las instituciones, así como de un nutrido grupo del Tercer Sector malagueño.
Ruth Sarabia, delegada de inclusión social, juventud, familias e igualdad de la Junta, ha incidido en que las exreclusas, tras años privadas de libertad, fuera del mercado laboral y con el daño psicológico subsiguiente, si encima no cuentan con techo y comida, «tienen más posibilidades de reincidir»: «Si no ven un futuro, una seguridad y una estabilidad, es muy complicado no reincidir». Sarabia, además, ha instado a los empresarios a dar trabajo a estas personas: «Necesitamos más empresarios comprometidos, un tejido empresarial dinámico para absorber a estas personas».
A su vez, el concejal de derechos sociales, diversidad, igualdad y accesibilidad del Ayuntamiento de Málaga, Francisco Cantos, dejó esta idea flotando sobre el ambiente: «Nadie está libre de que en un momento determinado nuestra vida dé un giro y nos pueda sorprender una situación sobrevenida en la que aflore nuestra vulnerabilidad». Cualquiera puede tener un traspié. Lo que hay que evitar es la cronificación. Para eso existen recursos como el puesto en marcha por la Fundación Prolibertas, para ayudar a que la vida sea como lo era antes del bache o para emprender una nueva.
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