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María José, con el pequeño Hugo jugando tras ella.
«Siento que así no sólo ayudo al niño, sino al resto de mi familia»

«Siento que así no sólo ayudo al niño, sino al resto de mi familia»

María José Ramírez Madre de acogida de su sobrino, de 5 años

Ana Pérez-Bryan

Domingo, 15 de enero 2017, 11:51

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El caso de María José Ramírez (46 años) es uno de los muchos que se dan en el amplio abanico del acogimiento familiar, y además uno de los más comunes: ella es familia de acogida extensa, es decir, un pariente biológico del menor que se encarga de cuidarlo cuando su padre o su madre no pueden. En gran parte de las ocasiones este papel lo desempeñan las abuelas, aunque en el caso de María José ella es la tía materna de Hugo (nombre ficticio), de 4 años.

«Él ve que hay algo que no cuadra en todo esto», justifica ella mientras el pequeño, que señala su edad con los deditos y hace garabatos en un cuaderno, confirma su explicación a voces: «¿A que tú eres mi mami? ¿a que tú eres mi mami?». Y sí, también lo es aunque Hugo tenga a la suya biológica, que aún no puede hacerse cargo de él por sus problemas con estupefacientes. «Ojalá esto no le pase a nadie, pero a veces se presentan en la vida situaciones que no te esperas y hay que responder», explica María José cuando se refiere a ese «algo que no te esperas»: a su hermana le retiraron a su hijo recién nacido y los padres de ambas, por edad, no podían hacerse cargo de él.

Hugo llegó a casa con un mes y veinte días, el tiempo que tardaron María José y su marido Ricardo en llamar a mil y una puertas y en pasar los test de idoneidad mientras el pequeño estrenaba sus días en el calor de una familia de urgencia. «En ese momento no piensas en ti, aunque por supuesto actúas con la responsabilidad de que no va a ser cosa de un día», dice esta tía y madre a la vez que siente que además con su decisión no sólo ayuda al niño «sino a toda mi familia, porque no se han roto los vínculos». Esa es precisamente una de las ventajas del acogimiento en familia extensa, que el menor crece con los suyos a la espera de que se resuelva la situación que lo ha separado de sus padres. Por no perder, Hugo ni siquiera ha perdido el contacto con su madre biológica, que visita al niño una tarde a la semana. «Cuando viene le dejo que lo bañe, que esté con él, porque yo quiero que el niño también quiera a su madre y la respete», afirma María José, que ha conseguido que las cosas vayan encajando en casa y en el trabajo gracias al turno de mañana que tiene como limpiadora en Torremolinos y que le permite estar el resto del día pendiente de Hugo. La pareja tiene otra hija de 26 años, y entre todos han conseguido que a pesar de las circunstancias y de que Hugo ya pregunta pero no entiende, la vida del pequeño sea la vida normal de cualquier niño de su edad.

«Él es nuestra vida. Es un niño muy abierto, muy trasto...», admite María José mientras él corretea a su alrededor con un Spiderman en la mano. De vez en cuando para en seco y se le echa encima para darle un beso. Y entonces viene el «¡ay qué te quiero mami!» y entonces se olvidan (casi) todos los problemas y sobre todo el qué pasará en un futuro. Por ahora, Hugo se queda con ellos, aunque la otra puerta también queda abierta.

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