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Las mujeres ocultan su rostro porque no quieren que sus exparejas sepan nada de ellas.
Víctimas de la violencia de género: Tres historias de supervivencia

Víctimas de la violencia de género: Tres historias de supervivencia

Si en algo coinciden estas mujeres es en una primera fase de aislamiento familiar, seguida de empujones y golpes delante de sus hijos

Iván Gelibter

Miércoles, 25 de noviembre 2015, 01:04

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Minerva, María Teresa y Patria fueron tres hermanas que vivieron en los años 50 bajo el terrible régimen de Leónidas Trujillo en República Dominicana. Conocedoras de su realidad, nunca cesaron en su lucha contra el dictador, aunque ello conllevara que fueran varias veces encarceladas, torturadas y violadas por esbirros del propio Gobierno, un hecho que no afectó sino todo lo contrario a la lucha que mantuvieron hasta el día en el que sus voces fueron apagadas.

Estas tres hermanas, cuyo apellido era Mirabal, fueron encarceladas en 1960 junto a sus maridos por «atentar contra el Estado», aunque fueron puestas en libertad después, dejando a sus cónyuges en prisión. El 25 de noviembre de ese mismo año, cuando las tres hermanas volvían de la cárcel tras una visita a sus parejas, un escuadrón de la muerte dominicano las interceptó en la carretera. Tras este secuestro, las llevaron a una casa, en la que fueron brutalmente golpeadas para que pareciera que habían tenido un accidente, y posteriormente las asesinaron a sangre fría.

Ya en 1981, en uno de los primeros encuentros feministas latinoamericanos, celebrado en Bogotá, se decidió que, en memoria de las hermanas Mirabal, este día sería elegido para conmemorar el entonces llamado Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres. Posteriormente, en 1999, la Asamblea General de Naciones Unidas resolvió que a partir del año siguiente, el 25 de noviembre sería la fecha estipulada como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una realidad que ha seguido vigente hasta hoy, intentando que nunca se olvide la valentía de tres mujeres asesinadas por el simple hecho de serlo.

Resulta cada vez más probable que cualquier persona sea capaz, a día de hoy, de saber qué se celebra cada 25 de noviembre, aunque recordar el por qué de esta efemérides, los hechos y su brutalidad, es quizá un hecho muy ilustrativo de qué lleva pasando con las mujeres desde que el mundo es mundo. Mostrar la violencia, no como ejercicio sensacionalista, sino como manera de acercarse al horror que sufren miles de mujeres cada año en España, es la motivación que tres mujeres, Eva, María y Carmen los tres son nombres ficticios han tenido para contar a SUR tres historias de violencia y de terror; pero también de lucha y supervivencia; de valentía; y sobre todo de espejo en el que fijarse estas miles de mujeres maltratadas a diario por sus parejas, pero también de las que no lo son. Al fin y al cabo, esta lacra que inunda la sociedad y cuyos estudios dicen que va peligrosamente en aumento, no es cosa de algunos y algunas, sino de toda la ciudadanía.

Pero en esta terrible dinámica en la que muchas de ellas entran sin poder remediarlo hay otras víctimas. Si en algo están de acuerdo estas mujeres es en la poca protección que tienen sus hijos, que muchas veces son obligados por el juez a tener visitas con sus padres denunciados, una realidad que algunas veces se ha saldado con la violencia y la muerte contra las menores, justificada bajo la absurda creencia de los verdugos de que eran de su propiedad, como lo eran sus mujeres. Claman todas ellas por un pacto de estado que contabilice «de manera real» cuántas son las víctimas reales de este tipo de violencia, y no solo las asesinadas por sus parejas y exparejas (actualmente los hijos asesinados no se considera violencia de género). En definitiva, estas tres mujeres son una muestra real de un horror que continúa ocurriendo sin importar el país, la edad o la clase social. Tres historias reales. Tres historias de mujeres supervivientes.

María: «Tuve la valentía de dejar a mi pareja cuando empezó a pegarle a mis hijos»

Hace tiempo que María se puso en marcha para poder escapar de la pesadilla que fueron los años que convivió con su pareja. Sin embargo, muchos años después de aquello, ni ella ni sus dos hijos han conseguido escaparse de los recuerdos de aquella experiencia.

«Yo empecé con mi pareja cuando tenía 16 años y el 27. Era una representación de libro del amor romántico, y yo me sentía completamente enamorada». De esta manera comienza su relato esta mujer de 32 años, pero al momento matiza que todo eso era una gran mentira que ella creyó. «Lo primero fueron los insultos, el desprecio... Pero cuando estaba embarazada de cinco meses comenzó la auténtica pesadilla. Empezó a pegarme de manera habitual». Esto fue cuando apenas llevaban dos años de relación, pero antes de todo ello, su pareja ya se había dedicado a quitarle el valor, las ideas y la voluntad. «Me separó de mi familia y de mis amigos, de todo lo que era mío, hasta que me aisló completamente».

María, muchas de las veces, se sentía totalmente sola, y se agarraba a su hija como única forma de seguir adelante. La familia de él, por su parte, tampoco ayudó. «Me decían que él era bueno, que habría tenido un mal día y que le perdonara». «Yo era la que trabajaba y traía el sustento a casa. Muchas veces él se llevaba el dinero y desaparecía 24 horas; cuando se lo recriminaba, comenzaban los golpes, me pedía perdón y yo le perdonaba. Una y otra vez durante diez años de relación».

María dice que en aquel momento ella no sabía lo que era la violencia de género, ni de que hubiera una ley que la protegía. Sin embargo, hubo un momento en el que ella decidió que esto no podía seguir así. «El click lo tuve cuando se vieron involucrados mis hijos, a los que mi pareja empezó a pegarle. En ese momento no pude ir a la policía porque me encerró con llave en casa, pero a la mañana siguiente le dije que tenía que ir al médico por el daño que le había hecho a uno de los niños. Yo no fui al hospital, me fui directamente a una comisaría y de ahí a una casa de acogida durante seis meses. Ahora, cinco años después de aquello, él ya está en prisión».

Eva: «Cuando entró la policía a casa estaba atada a la cama desnuda»

Eva ha elegido por sí misma el nombre falso para el artículo. Pero lo hace por una razón, porque era el que usaba en la clandestinidad de principios de los 70 en su lucha de clases en Intelhorce, lugar en el que conoció a su marido. «Al principio él era maravilloso. Le conocí en una charla de sexualidad cuando era activista de Bandera Roja. Yo siempre he sido muy rebelde y eso me gustó también de él».

Esto ocurría cuando ella contaba con tan solo 19 años. Después de aquello se casaron y se fueron a vivir a Valencia, lugar en el que, poco a poco, comenzaron los episodios de violencia. «Mi caso tiene elementos que son muy comunes al prototipo. Me aisló de mi familia hasta el punto en el que apenas salía de casa. Uno de los peores episodios fue cuando tuve un aborto a causa de una paliza. Alguos siguen diciendo que un aborto es matar a una persona, pero en aquel momento a nadie le importaba que un feto hubiera muerto a causa de una paliza de un hombre. Intenté ir a poner una denuncia tres veces, porque él me dejaba en la calle y a mi me daba vergüenza».

Eva dice que en todos estos episodios no hubo ningún atenuante relacionado con el alcohol y las drogas. «Mi sentimiento de culpa y de que no podía hacer cosas por mí misma llegó hasta el punto de preguntarle a él si debía llevar a mi hijo al médico. Esa misma noche me dijo de ir al cine, y como no quise me pegó una paliza. Yo al principio intentaba defenderme, pero después solo esperaba que acabara. Me pegaba incluso en el pecho, en el que aún tengo lesiones».

Sin embargo, el último capítulo, quizá el peor de todos, fue el que provocó que lo dejase finalmente. «Mi vecina llevaba dos días sin verme, y preocupada llamó a las autoridades. Cuando la policía entró en mi casa me encontró desnuda atada a la cama con mi hijo pequeño dando vueltas. Había estado todo ese tiempo violándome y pegándome. Cuando se lo llevaban preso, me lanzó un cuchillo que me dio en la nariz y del que aún guardo una cicatriz. A partir de ahí tuve un juicio con un abogado al que tuve que pagarle de la única manera que podía, porque yo no tenía dinero. Finalmente me volví a Málaga con mi hijo».

De esto hace 30 años, pero Eva ha tenido que volver a mirar a la cara a su torturador en más de una ocasión, como en la boda de su hijo. «La última vez que hablé con él fue por teléfono. Me dijo que antes de morir él me iba a matar, pero yo no tengo miedo; no lo voy a tener más».

Carmen: «Mi marido quemó mi casa y la de mis padres cuandole dije que me separaba»

Creyó, con tan solo 17 años, que había tenido mucha suerte. El chico «malote», el guapo del grupo, se había fijado en ella, una chica con muchos complejos. Sin embargo, cuando apenas llevaban unos meses, el primer rasgo de violencia machista apareció en su relación. «Era sobre todo desprecio, él me despreciaba hasta el punto de decirme que le gustaba tener una novia como yo, porque sabía que ningún otro hombre se fijaría en mí». Sin embargo, el trabajo como militar de él durante un tiempo, una vez que ya estaban casados, hizo que los hechos violentos no empezaran a aparecer hasta unos años más tarde. «Mi padre le consiguió un trabajo con él, pero a partir de ahí las cosas fueron a peor. No podía venir nadie a casa, ni siquiera mis padres. A partir de las seis de la tarde no podía salir a la calle, como si hubiera un toque de queda en casa».

Un tiempo después de que esta situación fuera el día a día habitual, Carmen se quedó embarazada y tuvo un hijo, mientras los golpes iban y venían casi a diario. «Mi marido y yo vivíamos en un terreno que era de mis padres, donde nos habíamos hecho una casa. Cuando mi niño tenía siete meses y después de un montón de tiempo sin verles, mi padre apareció en casa para poder verlo. Mi marido no dijo nada, pero cuando nos quedamos solos metió a mi hijo en un baño de agua helada para desinfectarle porque mi padre le había tocado. Ese mismo día le dije que quería separarme, y él me dijo que si lo hacía quemaría la casa y le haría daño a mi familia».

Carmen aguantó un tiempo más, pero finalmente pudo dar el paso y dejó a su pareja, especialmente al darse cuenta del daño que esto podría causar a su hijo. «Pero al final él cumplió su promesa. No solo quemó mi casa porque era mía, sino que hizo lo propio con la casa de mis padres y con un coche que teníamos en común. Ya no fue solo el dolor de que te peguen y que te ninguneen; que te desprecien, ya que él provocó el incendio de tal manera que a los bomberos no les diera tiempo de apagarlo». Su exmarido ya está en la cárcel, lugar desde el que espera no pida el régimen de visitas con el hijo. Es lo único que quiere.

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