El virus dispara la pobreza en Málaga: «Nunca pensé que acabaría pidiendo comida»
La crisis fuerza a pedir ayuda por primera vez a nuevos desempleados, trabajadores en precario y afectados por ERTE que aún no han cobrado
Algunos bajan la cara. Es la primera vez que piden comida. Otros llevan meses, incluso años, necesitando ayuda. Antes del mediodía, en Torremolinos, ya hay ... una cola kilométrica que la distancia social alarga más allá de la plaza Costa del Sol. Esperan una bolsa con primer y segundo plato, una pieza de fruta y un bocadillo. A veces tocan galletas, leche o dulces, explica Daniela. Es ecuatoriana, aunque lleva trece años en España. Trabajaba limpiando casas, hasta que las puertas de todo el país se cerraron para impedir el paso del coronavirus. Hace ya dos meses de aquello, sesenta días sin ingresos. Ha solicitado todas las ayudas posibles, y lo repite dos veces: «Todas, todas». Ahora aguarda su turno, como otro centenar de personas, a las puertas del comedor social de Emaús, en calle de la Cruz. La Policía Local controla la zona para que no haya problemas. El número de usuarios se ha disparado en las últimas semanas hasta los 260. Antes de la crisis eran 150. Algo similar ha ocurrido en los comedores que la organización tiene en Estepona, donde atienden a 220 personas, 130 más que antes de la pandemia, y Vélez-Málaga, donde reparten 280 bolsas diarias con comida, medio centenar más. Y lo peor, vaticinan, no ha empezado.
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De forma proporcional a las peticiones de ayuda, explica Charo Abril, secretaria de Emaús, ha crecido el número de donaciones de particulares, negocios locales y grandes cadenas de supermercados: «Se están volcando». También los Ayuntamientos han ampliado los convenios que mantienen con la asociación. Lo que más sorprende «es la cantidad de gente que está viniendo y nunca había pasado por aquí». La crisis, separada del zarpazo de la gran recesión por poco más de una década, ha pillado a muchas familias sin ahorros, incapaces de hacer frente a gastos corrientes: «Han venido usuarios a los que les han hecho un ERTE y, cuando lo han cobrado, han vuelto para darnos las gracias». Otros, alrededor de 30.000 en la provincia de Málaga, aún no han recibido su ingreso. «También estamos atendiendo a gente que esperaba a que empezara la temporada alta para trabajar en hoteles y restaurantes y ahora no sabe qué ocurrirá», cuenta.
Muchas de las personas que se han visto obligadas a recurrir a los servicios sociales en las últimas semanas nunca imaginaron que llegarían a esta situación. José Antonio vive de lo que gana entre Semana Santa y noviembre, cuando abre el chiringuito en el que trabaja. O trabajaba: «Les he pedido ayuda a mis padres, pero somos tres hermanos y dos estamos parados y sin vistas de futuro». Ha aprendido a sacudirse la vergüenza, aunque los primeros días temía que alguien lo reconociera en la cola: «No tiene nada de indigno, porque no robamos a nadie, pero te sientes un fracasado. No eres capaz ni de mantener a tu familia». Y la voz se entrecorta: «Prefiero que pongas un nombre inventado». Tampoco Manuel, administrativo en un hotel, olvida la primera vez que fue al comedor: «Lo veía cuando pasaba por aquí, pero nunca pensé que acabaría entrando». Aún no ha recibido la prestación por el ERTE que su empresa aplicó hace semanas. Vive con su pareja, trabajadora temporal en un negocio de hostelería. A veces se turnan para hacer cola: «Llegamos sobre las once y media y volvemos a casa a la una, pero estamos muy agradecidos». Nunca antes habían tenido que pedir comida. Aunque intentan vivir «al día», la sombra de su hipoteca los martillea por las noches: «Nos queda bastante por pagar y no tenemos ahorros».
En Cruz Roja han triplicado el número de personas atendidas en proyectos de intervención social. Hasta ahora han entregado 5.630 tarjetas canjeables en tiendas de productos básicos y más de 5.000 bolsas de alimentos. Samuel Linares, coordinador provincial en Málaga, confirma que en las últimas semanas han detectado «una pobreza sobrevenida», especialmente entre personas con empleos vinculados al sector servicios: «Vivimos una situación de emergencia». A quienes ya requerían ayuda antes de la crisis, arrastrados por una espiral de pobreza «cronificada», se suman las solicitudes de trabajadores sin capacidad de ahorro.
Conscientes de que la solución reside en la recuperación del empleo, en Cruz Roja han reforzado sus iniciativas de orientación laboral. Marco conoció el programa para jóvenes a través de su madre, que recibe kits de alimentos «porque estamos justos y no tiramos». Ahora está en un curso de inglés y otro de habilidades informáticas que además han levantado su autoestima: «Después de no ser muy social y estar aislado, como yo, esto te despierta. Vuelves a sentirte dentro del círculo, de la sociedad». Linares recuerda la necesidad de despegarse los prejuicios ligados a los servicios sociales: «Es importante que estas ayudas dejen de ser percibidas como algo negativo. Son recursos que están al alcance de quienes los necesiten, igual que cuando enfermas vas al centro de salud». A la respuesta inmediata que suponen estas iniciativas de urgencia ha de sucederle, explica, «una fase de recuperación» que vuelva a permitir a estos usuarios el acceso a un empleo.
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Más de la cuarta parte de los malagueños que tenían un trabajo en febrero están ahora en paro o con el contrato suspendido, una cifra que en el plano real supone miles de familias con la respiración contenida, sin saber cómo pagarán las facturas. En la parroquia del Rocío, en San Pedro de Alcántara, Cáritas atiende a diario a decenas de personas que jamás habían pasado por allí, casi todos empleados turísticos. Y en Cruz Roja añaden otro elemento dramático a la ecuación: miles de mayores llevan más de dos meses solos. «Estamos muy preocupados por ellos», reconocen desde la organización. Saben que la pobreza, como el virus, se ceba con los más vulnerables.
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